jueves, 29 de diciembre de 2011

Las cuentas de Su Majestad: En picos, palas y azadones....

De acuerdo con la Constitución, la Casa del Rey recibe anualmente una nada despreciable asignación dineraria a cargo de los presupuestos generales del estado. Y de acuerdo también con la Carta Magna, S.M. el Rey puede disponer libremente de lo asignado a su casa sin obligación de rendir cuentas del destino de esos caudales ante ningún organismo fiscalizador. Esta ausencia de control de unos dineros salidos de los bolsillos de todos los españoles es uno de los muchos disparates que trufan nuestra ley de leyes. Situar al Rey por encima del bien y del mal no es algo que guste a ningún español y contribuye notablemente a dar solidez a los argumentos, no siempre insensatos,  con los que muchos reclaman el advenimiento de la Tercera República negando legitimidad a la vigente monarquía y equiparando a la familia real con una panda de gorrones irresponsables.
Tras treinta años de un oscurantismo "plenamente constitucional" en los que el destino de esos dineros ha sido un secreto secretísimo, y a raíz de las "poco ejemplares" aventuras empresariales del señor duque de Palma,  la Casa del Rey, sin duda abochornada por sus injustificables silencios ante los desvaríos legales del "yerno de S.M.", tuvo a bien anunciar a bombo y platillo que antes de final de año se harían públicas las partidas que conforman el presupuesto, aunque no se darían detalles de los gastos personales de los  miembros de la familia real. Como lo prometido es deuda y nobleza obliga, los tan esperados números se hicieron públicos  y todos los ciudadanos se han lanzado sobre los periódicos  para matar el gusanillo de una curiosidad no siempre exenta de morbo. La desilusión ha sido enorme.
Cuentan que, tras las victoriosas campañas en Italia que le hicieron pasar a la historia como el Gran Capitán, don Gonzalo Fernández de Córdoba se sintió terriblemente ofendido por la "mezquina pretensión" de Fernando el Católico de hacerle rendir cuentas de los gastos de sus campañas, y, a modo de protesta, le envió un memorando con sus famosas cuentas: "En picos, palas y azadones he gastos cien mil millones....."  En la ocasión que nos ocupa parece que ha sido el monarca el que se considera ofendido por tener que dar cuentas del destino del dinero y con una falta de seriedad impropia de su noble cuna,  responde a la demanda del pueblo soberano con respuestas del estilo de:"En gastos de personal, cuatro millones de euros....", "Como asignación a las mujeres de mi familia,  trescientos setenta mil euros ....."  "Para gastos imprevistos doscientos mil euros... ", En gastos de representación, míos y de mi heredero, doscientos veinticinco mil  euros.." etc. etc.
Si increíble parece la ridícula pretensión de que la publicación de unos cuantos  números sobre los grandes capítulos del presupuesto suponen rendir cuenta de los gastos de la Casa Real, más increíble aún es la asombrosa unanimidad con la que la mayor parte de los  medios  y de los  agentes sociales han dado por buenas las cuentas y han alabado el "generoso proceder del Rey". Parece que, en lugar de ciudadanos, en el país solamente existiesen súbditos obedientes y cortesanos agradecidos. Bien harían algunos en meditar sobre el flaco favor que  la ausencia de críticas por parte de los que dicen defenderla hace a la credibilidad y legitimidad de la institución monárquica.

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