lunes, 16 de abril de 2012

Hiperdemocracia

Del Blog de Emilio Díaz. 

 11/04/2012 | Autor: | Archivado en: Pensamientos | Tags: | Deja un comentario »

Una de las convicciones más democráticas es que no todo puede someterse al criterio de la mayoría. Y que no todos los integrantes de un grupo tienen competencia en la gestión de asuntos sometidos a la exigencia de un conocimiento especializado. El hiperdemocratismo es una muestra de que se ha entendido escasamente el sentido de la democracia. Es una de las más perjudiciales excrecencias del igualitarismo tan caro al socialismo y es uno de los defectos más comunes en personas escasamente democráticas. Son proclives los hiperdemócratas en aplicar sus criterios sobre aquellos campos que menos les importan en su función propia y más en cuanto que medio para obtener el control absoluto de la sociedad. Véase la instrucción pública, por ejemplo. Un terreno continuamente en sus bocas, pero cuya importancia radica en ser uno de los resortes esenciales para crear el hombre nuevo socialista. No para el desarrollo individual y particular de las capacidades de cada futuro ciudadano tomado en sí y por sí. Tampoco hay que obviar el hecho de que abrirles acceso a las masas en aspectos reservados propios de expertos facilita un posterior control de los campos ocupados por éstos. Y no olvidemos que las masas son conducidas por los caudillos socialistas de turno al mando de la maquinaria del partido. Sin embargo, y es nuestro consuelo, casi nunca el hiperdemocratismo consigue sus objetivos. Recuerdas a este efecto lo que te contaba un viejo y prestigioso catedrático de Filología Griega de la Complutense. Sucedió durante un congreso. No guardas memoria de cómo llegaste a estar a su lado, de cómo paseabas con él por un parque, rodeado de colegas. Tampoco sabes cómo terminó por hablarte de sus recuerdos de la Guerra Civil. Lo que no se te ha olvidado es su imagen deteniéndote el paso, mirándote a los ojos y diciéndote: “Al final, ¿sabe Vd. por qué los rojos perdieron la guerra? Porque antes de atacar, votaban.”

domingo, 15 de abril de 2012

Nuestro estúpido Borbón.

Algunos españoles creen que la monarquía es la forma de estado que más conviene al país, puesto que prefieren que el Jefe del Estado esté al margen de la dinámica de partidos y lejos de las incertidumbres electorales. Esta forma de filiación monárquica tiene su fundamento en el interés nacional y está al margen de nostalgias históricas, sentimentalismos cortesanos y supuestos derechos dinásticos.
Basta con ver lo que ocurre en la calle un día tras otro para constatar que los partidarios de la república están aumentando su presión en la sociedad. En las manifestaciones protagonizadas por organizaciones y grupos de izquierda las banderas tricolores están cada vez más presentes y algunos partidos que durante años mantuvieron un republicanismo moderado están ya, con todo derecho, reclamando públicamente el fin de la monarquía y el advenimiento de una tercera república. Las redes sociales no podían quedar al margen de esta tendencia social y en ellas proliferan las páginas y perfiles antimonárquicos.
Lo triste es que, tal como han declarado algunos líderes de la izquierda, las pestilentes andanzas económicas de la hija menor del rey y del Sr. Urdangarín, su marido, han hecho más por la república en unas semanas que la presión de los partidos de izquierda en todos los años de democracia.  La infanta y su marido han logrado también hacer pasar al mundo de los recuerdos aquel acuerdo tácito de la prensa que durante años tendió un tupido velo sobre algunas actividades, más o menos honorables, de los miembros de la casa real. Hoy la veda del Borbón está abierta y las piezas cobradas están muy cotizadas por los medios de todas las tendencias.
Para mayor indignación de los defensores de la monarquía, el Rey parece haber perdido el contacto con la realidad y estar empeñado en despilfarrar el aprecio del pueblo. España está atravesando la crisis económica más grave desde la muerte de Franco. Son millones los ciudadanos sin trabajo y decenas de miles los que se están entrando en el mundo de la pobreza extrema, rayana a veces con en la indigencia. El malestar social causado por los dispendios de nuestros dirigentes y la indignación por los altísimos sueldos y gastos de la clase política es ya un verdadero clamor.  No estamos en el mejor momento para que aquel que debe ser ejemplo para todos se comporte de forma obscenamente dispendiosa.
Una inoportuna, o muy oportuna, fractura de cadera ha dado al traste con el ignominioso secreto que al parecer rodea las actividades lúdicas del Jefe del Estado. Insensible a la situación del país, don Juan Carlos entretiene sus ocios con un divertimento tan modesto como la caza del elefante en Botsuana. No se trata de tirarle a las liebres y a los conejos del Pardo, ni siquiera participar en una montería en algún lugar de la Mancha. Al margen de otras consideraciones éticas, la actividad venatoria de nuestro rey en el sur de África no parece avenirse muy bien con la gran preocupación que el monarca ha declarado en diversas ocasiones por la situación de los parados, ni con la necesidad de predicar con el ejemplo en unos tiempos en los que se recortan gastos sociales y se piden sacrificios a todos.
Para mayor asombro de propios y extraños nos dicen que de la regia excursión no se había informado ni siquiera al Presidente del Gobierno. Nos dicen también que el viaje no ha corrido a cargo del erario público ya que ha sido costeado por algunos hombres de negocios amigos del monarca.  ¡Dios nos libre de nuevos negocios en la Casa Real, con los de la infanta ya tenemos bastante!
Desde Carlos III a nuestros días, los Borbones españoles nos han acostumbrado a un in crescendo de insensatez y falta de inteligencia, combinado casi siempre con unas vidas privadas no demasiado ejemplares. Si don Juan Carlos no desea aceptar las restricciones a sus apetencias  personales que la Jefatura del Estado conlleva, debería apartarse. Roma o Estoril no serían malos sitios para vivir su vida sin causar mayores daños a la institución que encabeza.