miércoles, 30 de mayo de 2012

El cortador de raíces.

Del blog de Emilio Díaz

 José Manuel López Muñoz ha conseguido reconciliarte por unos días con tu fenecido amor por Bizancio. Es el autor de una novela cuyo título es El cortador de raíces. Narra la peripecia de un monje bizantino, Juan Vatatzes. Formado como médico en el monasterio de San Juan Pródromo en la Constantinopla del siglo XI, emprende un viaje hasta el sur de Italia que le dará ocasión para visitar aquellas partes del Mediterráneo que en aquella época estaban a punto de ser perdidas por el Imperio de Oriente. Es, como debe ser, no sólo un viaje material por las tierras y las gentes, sino también un viaje personal tras la propia identidad. La novela muestra un exhaustivo trabajo de documentación, una fluidez que nunca la hace aburrida, un estilo sencillo, pero exacto y rico. Al tiempo, se nota la formación científica del autor (era hasta su jubilación, Catedrático de Ciencias Naturales en Bachillerato y es Doctor en Biología) en su detallada descripción de modos y prácticas médicas de la época. José Manuel fue compañero tuyo durante casi veinte años en diferentes Institutos. Siempre admiraste su integridad contra vientos y mareas, su coherencia y su bonhomía. Ahora también lo admiras en su tarea de escritor. Por ello emprenderás la lectura de otras de sus obras, también editadas en la misma página web.

José Manuel López Muñoz, El cortador de raíces. Leída en la edición digital descargada legalmente de http://www.bubok.es/libros/197998/El-Cortador-de-Raices.

Entre pitos y flautas.

Varios decenios han transcurridos desde que los nacionalismos, moderados y radicales, se percataron de la inconsistencia de la "Nación Española" e iniciaron, sin prisas pero sin pausas, el camino de la secesión de sus "naciones históricas". Un rosario infinito de actuaciones incontestablemente contrarias a la letra y al espíritu de la Constitución han ido jalonando la vida política española desde que se reinstauró la democracia hasta nuestros días. Muchas de esas actuaciones destacan por manifestar un desprecio absoluto a las ideas y sentimientos de una buena parte de los españoles. Un observador neutral podría deducir que los nacionalistas catalanes y vascos están lanzados a una carrera in crescendo de ofensas gratuitas a los que por el momento somos sus compatriotas.

La reciente polémica sobre la premeditada y bien respaldada "pitada" a nuestro Himno nacional durante la final de la Copa del Rey ha puesto de manifiesto una vez más la ausencia de conciencia nacional y el miedo a no ser políticamente correctos de la mayor parte de nuestros dirigentes políticos y de casi todos los periodistas que medran y vegetan en los medios de comunicación. Pero mucho más significativa que la actuación de políticos y periodistas ha sido la indiferencia con la que la gente ordinaria ha acogido el rifirrafe.

Parece ser que el que un buen número de dirigentes políticos nacionalistas pidiese sin ningún recato que los "hinchas" de sus equipos de fútbol se concertasen para pitar y abuchear al Rey y al Himno nacional no debe ser considerado más que como una muestra de la "libertad de expresión". Según ellos y sus apologetas el hecho de que el Himno y el Rey sean símbolos de España y de la convivencia de los españoles no puede ser un obstáculo al "ejercicio de las libertades democráticas". El que las ofensas a los símbolos de la Nación estén calificadas como delitos en el código penal no es, según ellos, más que un residuo de los vicios dictatoriales del pasado. Naturalmente la posibilidad de que al margen de lo que digan las leyes muchos, o pocos, españoles pudieran sentirse ofendidos por el ultraje a sus símbolos no sería más que una muestra de nacionalismo español "ultramontano y democráticamente inadmisible."

Pero la polémica no surgió como respuesta a esa tan democrática convocatoria de los nacionalistas sino como clamor hipócritamente escandalizado contra las manifestaciones de la presidente de la Comunidad de Madrid. Doña Esperanza no hizo más que denunciar la instrumentación política de la Copa del Rey por los nacionalistas y pedir que se adoptasen las medidas necesarias para impedirlo, pero su propuesta obtuvo como respuesta una descalificación irracional por parte de la mayor parte de los dirigentes políticos, incluido su copartidario Basagoiti, y un silencio vergonzoso del resto. Provocadora, irresponsable, extremista, hipócrita, fascista, han sido algunas de las lindezas verbales que esas almas cargadas de talante democrático que dominan el panorama público hispano han dedicado a la autora de la infausta propuesta de que no se permitiese la ofensa a los símbolos de la Nación.

Es curioso observar que son los mismos que predican el respeto a ultranza a las banderas, himnos y otros signos externos de las comunidades autónomas los que minimizan el valor de los símbolos comunes a todos los españoles y restan importancia a los ultrajes que, un día sí y otro también, sufre nuestra bandera. No es cosa nueva: desde los albores de la democracia la enseña nacional ha estado ausente del interior de las sedes de altas instituciones catalanas y vascas, como son los despachos de los presidentes de las dos comunidades, y de las fachadas de un sinnúmero de edificios públicos. Son pocos los países civilizados en los que hay que recurrir a las leyes para intentar que algunas instituciones públicas utilicen la Bandera nacional y en los que dirigentes de partidos políticos supuestamente democráticos promuevan y apoyen “guerras de banderas”.

Entre la presión constante de los nacionalistas y el “no tiene importancia” de las almas bien intencionadas, vemos como España se desliza hacia ese algo “discutido y discutible” que predicaba vesánicamente nuestro nunca suficientemente denostado Sr. Zapatero. Creo que se está acercando la hora de que los españoles nos planteemos seriamente la posibilidad de tener una vida mejor y más honorable en una España más pequeña y unida. Dice el refrán: A enemigo que huye, puente de plata.

viernes, 11 de mayo de 2012

El fútbol y la insensatez.

La irracionalidad de los “hinchas” del fútbol siempre me ha dejado fuera de juego. Puede ser que, como el miedo a un golpe en la cara, digamos mejor en las gafas que adornan mi nariz desde la más tierna infancia, me mantuvo siempre alejado de los balones, nunca he comprendido la grandeza de ese deporte. Pero hay ocasiones en las que ni siquiera haciendo un esfuerzo puedo aproximarme a la demencia futbolera: Ayer tuve la ocasión de escuchar como el periodista Juan Ramón Lucas culpaba a la Policía Nacional de los incidentes de la noche anterior. El Sr. Lucas tiene todo el derecho del mundo a ser, y a declarse, hincha del Atlético de Madrid pero debería procurar que la parte de su mente correspondiente a un adulto sensato y educado no se dejase dominar por los reflejos paulonianos desencadenados por su camiseta de rayas.