jueves, 14 de noviembre de 2013

El imperio del "bienestar"


Desde mi más tierna infancia (precioso tópico ese de la tierna infancia) me fastidian enormemente algunas de las constantes del comportamiento humano. Me estoy refiriendo específicamente a la tendencia a ocultar, obviar, camuflar, negar, cuanto de duro, difícil o amargo tiene el discurrir de nuestra vida en este hermoso valle de lágrimas. Solamente las melancolías de los enamorados parece tener derecho a escapar a la alegría y luminosidad que exigimos a todo lo que nos rodea. En la obsesión por lo bueno, bonito y barato que se ha adueñado de las sociedades desarrolladas, las desgracias solamente son admisibles a la hora del telediario y siempre a condición de que los desgraciados sean “otros” y de que se nos presenten sus males de forma "civilizada".

Nunca he podido aceptar la tendencia a considerar la muerte como un tema proscrito de nuestras conversaciones, como algo en lo que es mejor ni siquiera pensar, como materia que exige de los eufemismos para enmascarar sus realidades, como un asunto del que los niños no deben tener noticia hasta que sean bien grandecitos. Parece que la gente cree que hablando de víctimas mortales ya no hay muertos o que  mirando hacia otro lado se puede alcanzar la inmortalidad. La búsqueda del disfraz puede que explique el que ya no exista en los periódicos una sección de necrológicas, ahora tienen “obituarios”. Necrológico era ya un término demasiado vulgar y el cultismo siempre ha sido muy útil en el camuflaje de las realidades de la vida; óbito, defunción, deceso, fallecimiento. Todo vale menos nombrar a la bicha, perdón he querido decir a la muerte.

En lo referente a la enfermedad, otro de los grandes tópicos de nuestro tiempo, existe una curiosísima dualidad. Las enfermedades leves, y las crónicas, se han convertido en un tema banal en la conversación de las gentes. Se puede competir públicamente, en los supermercados, en las salas de espera de los centros de salud o en las colas de los cines, para hacer valer la grandeza de los respectivos currículos sanitarios, para loar lo abultado de las historias clínicas. Es algo asombroso, pero parece que son muchos los que consideran que a más enfermedades y a más pastillas, ¡más caché! Otro gallo canta cuando el mal supone un peligro para la vida. Del regodeo goloso en la nomenclatura de las enfermedades se salta rápidamente al tabú. Si hemos de creer a nuestros medios de comunicación, la gente nunca muere de cáncer sino de "larga y penosa enfermedad". Pero no son los medios los únicos que huyen de la realidad. Hay muchos enfermos que prefieren que los médicos no sean demasiado explícitos cuando les comunican sus diagnósticos y son muchedumbre los que rechazan que les digan la verdad respecto al pronóstico. Retrata muy bien nuestra sociedad el terror que despertó en su momento el SIDA. El terrible mal hizo su aparición en una época en que los habitantes del mundo desarrollado estaban convencidos de que las muertes por enfermedades infecciosas eran cosa del pasado y que, salvo casos de mala suerte, todo podía arreglarse con una buena ración de antibióticos. Grande el error y grande el castigo. Pero aún nos quedan cosas muy curiosas por ver en este asunto. Mucho está costando vencer el VIH, pero ya tenemos algunos resultados muy interesantes. Los avances logrados en el tratamiento han sido acogidos con un suspiro de alivio muy justificado, pero desgraciadamente unido a un peligroso retorno a la creencia de que todo se puede arreglar con unas cuantas pastillas. Por ello la primera respuesta  al avance terapéutico ha sido el abandono de las precauciones higiénicas básicas por una buena parte de los que están inmersos en conductas de riesgo. No hay que asombrarse. Se trata de una constante en la historia de la humanidad. El miedo, la negación y la imprudencia han marcado, marcan y marcarán siempre la relación del hombre con la enfermedad.

Otro tema vedado durante años fue la pobreza. En las sociedades del bienestar no se podía aceptar la existencia de pobres. Salarios sociales, programa de integración social, sanidad y pensiones no contributivas, subsidios de mil tipos. Todo ello con la loable intención de evitar sufrimientos pero también con el hipócrita objetivo de eliminar de nuestras vidas el desasosiego que produce la contemplación de la desgracia ajena. Y debo resaltar lo de la contemplación ya que nunca como en nuestros tiempos se ha cumplido más a rajatabla ese dicho tan cargado de cinismo y de verdad: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. La actual crisis económica ha puesto en entredicho la capacidad del estado para mantener el medianamente aceptable nivel de bienestar general que habíamos logrado, ahora resulta inútil intentar esconder la pobreza. La reacción de una buena parte de la población está siendo una mezcla de justificado temor con una afectada indignación basada en la desmemoria y alimentada por intereses políticos. Todo vale menos asumir que la única solución a la crisis social actual es repartir entre todos los daños producidos por la catástrofe. Basta oír a los representantes de cualquier colectivo al que se pide un sacrificio para darse cuenta que todos creemos que  los sacrificios deben ser solamente para “los otros” ya que todos estamos convencidos de que "la enorme importancia de nuestra función social" no admite recorte alguno. Todo el que tiene voz se lamentan de la pobreza de los excluidos, pero todo el que puede hacerlo intenta eludir el poner su grano de arena para evitarla.

 

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martes, 22 de octubre de 2013

Tiempos de tristeza


Tiempos de tristeza
V Premio Bubok  de Creación Literaria. 2013

http://www.bubok.es/libros/216621/Tiempos-de-tristeza

Librería   ›   Narrativa   ›   Relatos y cuentos

 TIEMPOS DE TRISTEZA



Autor: José Manuel López Muñoz
Estado: Público
N° de páginas: 162
Tamaño: 170x235
Interior: Blanco y negro
Acabado portada: Mate
ISBN eBook en PDF: 978-84-686-3702-0
ISBN Acabado en rústica: 978-84-686-3701-3

 

domingo, 2 de junio de 2013

El síndrome austriaco progresa adecuadamente

Los hechos, con su contumaz perseverancia, confirman día tras día la extensión del 

Síndrome austriaco

Ahora, cuando todos queremos creer en el final del terrorismo de ETA y en un futuro sin víctimas ni victimarios, llega el momento de mirar hacia atrás, sin ira pero sin ceguera, para intentar comprender el pasado y presente de la sociedad vasca y para poder entrever su  futuro. Quizás el hecho que más llama la atención en el comportamiento de los dirigentes políticos que ostentan la representación de la mayor parte de la población de las tres provincias sea el afán de crear un caldo común en el que todos los que deberían sentir vergüenza por sus actos: asesinos, cómplices de los asesinos, jaleadores de los asesinos, indiferentes ante los asesinos; se unan a los  muertos, a los mutilados, a los heridos, a los amenazados, a los expulsados, a los insultados; para formar la nueva categoría de "víctimas de la violencia". Esa categoría  se extiende como una gigantesca ameba y poco a poco va englobando a la totalidad de la sociedad vasca. ¡Todos los vascos han sido víctimas de la violencia!; afirman con perseverancia los dirigentes del PNV, del PSE, de Ezker Batua  y de esos otros  que se llaman a sí mismo abertzales. Las  almas bienintencionadas posiblemente los crean  al considerar que, de una o de otra forma, cincuenta años de monstruoso terrorismo han debido afectar a todos. Eso es cierto. Pero ¡Ojo! ¡No  nos confundamos! Ese victimismo colectivo que se postula con tanta insistencia es solamente un intento de cubrir el pasado con una muy conveniente amnesia. El País Vasco se prepara para adoptar "el síndrome austriaco" como única manera de lograr que una buena parte de sus habitantes puedan mirarse al espejo sin sentirse indignos.
Desde la derrota de  Alemania en 1945 los austriacos prefieren no hablar de la guerra, y en caso de tener que hacerlo ponen por delante, de forma unánime, la condición de "primera víctima del nazismo" que, en la declaración de Moscú de 1943, los aliados concedieron al país a cambio de su futura neutralidad y del compromiso de entregar a la justicia los criminales de guerra. Si hubiésemos de creer lo que cuentan los austriacos, los únicos responsables de lo acontecido durante la guerra fueron los  nazis alemanes que controlaron el país desde su anexión al Reich, y ellos fueron solamente víctimas. Los pacíficos habitantes del país alpino prefieren olvidar que la anexión al Reich se hizo con la colaboración de un poderoso partido nazi austriaco, que las tropas alemanas no encontraron la menor resistencia cuando ocuparon el país, que la mayor parte de la población austriaca aceptó la anexión sin problemas y que muchos fueron los que colaboraron, y los demás callaron, en la persecución, deportación y exterminio de judíos, de gitanos, de comunistas y de cuantos  sufrieron el anatema nazi. Lo más triste es que esa interpretación farisea de la historia ha llegado a convertirse en dogma de fe para el común del pueblo austriaco.
No hemos de tardar mucho en ver como únicamente se escuchan en España las voces  infatuadas que proclaman a todos  los vientos que  lo acontecido fuera y dentro del País Vasco fue culpa del conflicto político causado por la sinrazón de España y Francia y que el pueblo vasco solamente ha sido la gran víctima. Se obviarán los cientos de asesinatos de ETA,  se potenciará el eclipse de los que sufrieron el terror en sus carnes, se negarán las cosechas de nueces del PNV, se silenciará cualquier alusión a la repugnante cobardía de los que vieron impasibles como se perseguía y se asesinaba a sus vecinos. En esa confortable visión del pasado, que se extiende como una mancha de aceite dentro y fuera de las vascongadas, solamente existirán las "víctimas de la violencia" y si alguno se atreviese a preguntar por el destino de los verdugos se le acusará de boicotear la paz. ¿La paz de los cementerios?

miércoles, 24 de abril de 2013

Indigencia intelectual y voto.

A cualquier persona sensata que analice los resultados de las elecciones en España, nacionales, autonómicas o locales, le resultarán difícilmente explicables las reiteradas victorias de algunos personajes y de algunos partidos. La existencia de un voto sociológicamente cautivo es una constante en todos los países del mundo, pero su peso en el conjunto del electorado es siempre inversamente proporcional a la cultura política de los pueblos. En los países cultos, la alternancia  en el gobierno de las formaciones políticas suele estar dictada por la implacable penalización de los electores a los errores de sus gobernantes y, ¡mucho más aún!, a cualquier signo de corrupción económica o ética.
Cuando dirigentes y partidos políticos gobernantes de dudosa trayectoria (por llamar de forma caritativa a algunos comportamientos verdaderamente repugnantes, si no delictivos) no solamente no son castigados por sus electores sino que incluso consiguen mejorar sus resultados votación tras votación, cabe preguntarse por la capacidad  real de esas sociedades para el ejercicio del sufragio o, lo que es lo mismo, para hacer del país una verdadera  democracia. ¿Qué monstruosa aberración moral permite a tantos valencianos  y baleares votar lo que votan? ¿Qué gigantesca ignorancia hace que muchos andaluces voten a los que llevan decenios robando los caudales públicos y creyéndose dueños del cortijo? ¿Qué clase de ceguera impide a miles  de catalanes y a vascos separar sus sentimientos nacionales, totalmente honorables, de la aceptación cómplice del comportamiento moralmente perverso de muchos dirigentes nacionalistas? ¿Qué impide a los pueblos de España actuar en política de forma parecida a la de las sociedades avanzadas del mundo occidental? ¿Qué nos falta a los españoles?
Por mucho que busquemos otras justificaciones y excusas, yo solamente consigo encontrar la causa de nuestros males políticos en nuestra ignorancia, en nuestra incultura, en nuestra cortedad intelectual.

jueves, 11 de abril de 2013

Otra entrada antigua que se mantiene de actualidad


Adiós, Cataluña, adiós.

Una multitudinaria, y bien organizada, manifestación independentista ha venido a recordarnos a todos los españoles algo que muchos de nuestros líderes no quieren oír pero que los políticos catalanes, y la inmensa mayoría de los directivos y portavoces de las instituciones publicas y privadas de Cataluña,  nos vienen repitiendo día tras día, mes tras mes, año tras año: Cataluña no tiene encaje en España. Los catalanes no se sienten españoles. Cataluña está siendo expoliada por España. Cataluña tiene derecho a un estado propio. Cataluña quiere ser independiente de España.
No creo que  sea conveniente, ni viable, obligar a nadie a ser español, ni francés ni catalán, y todos los nacidos en España tenemos derecho a renunciar a la nacionalidad y buscar mejor acomodo en el concierto de los pueblos. Otra cosa es la segregación de un territorio, que durante muchos siglos ha formado parte de un estado, para constituir una nueva nación independiente. Cataluña no es una finca de los partidos políticos y si existe una titularidad de los derechos de propiedad del territorio esta corresponde a todos y cada uno de sus habitantes.No creo que todos los catalanes sean partidarios de la separación de España y me preocupa la manera en la que sería posible, llegada la secesión, salvaguardar los derechos de los que se sienten españoles. No sé, ni creo que nadie sepa, cual sería el tanto por ciento de independentistas necesario para justificar moralmente la toma de una decisión de tanta transcendencia para unos y otros. Es claro que los políticos arrimarán a sus sardinas las condiciones para que las mayorías necesarias se dispongan como convengan a sus intereses, sin reparar en zarandajas morales y otras cuestiones humanas políticamente intrascendentes.
Con la misma timidez y la misma dispersión de siempre, dirigente políticos e intelectuales de todas las raleas han salido al paso de la reclamación catalanista con los argumentos mil veces repetidos: La falsificación de la historia que hacen los nacionalistas, el victimismo económico carente de fundamento, la imposibilidad legal de la secesión, la solución federal de los problemas del estado, etc.etc.. Es increíble que señores tan sesudos no se hayan percatado todavía de que el independentismo actual de Cataluña, y el de otras regiones de España, está blindado ante la razón y es insensible a las razones. Treinta años de lavado de cerebro en las escuelas y la utilización masiva de los caudales públicos en favor de todo lo catalán y en contra de todo lo español, han hecho surgir nacionalistas radicales incluso en familias de inmigrantes  cuyas raíces están aun muy vivas en otros lugares de España. Creo que es inútil intentar remediar ahora lo que los errores de nuestra, tan alabada como colmada de barbaridades, transición a la democracia estropeó. Para desgracia nuestra, la cosa ya no tiene arreglo.
Tal como, con otros fines, afirmaba hace pocos días el Sr. Mas, creo que somos muchos los españoles que estamos cansados. Estamos cansados de la reivindicación continua de privilegios económicos por parte de esas que se convino llamar nacionalidades históricas. Estamos cansados de que se nos considere responsables malintencionados de pretendidas desgracias ajenas. Estamos cansados de someternos a las extorsiones de unas gentes que extienden una mano para exigirnos dinero y con la otra nos hacen higas y cortes de manga. Estamos cansados de que se nos ofenda sistemáticamente atacando nuestros símbolos nacionales mientras se nos pide que respetemos y reverenciemos los ajenos.  Creo que ha llegado el momento de que los catalanes, que siempre han exigido el derecho a decidir, decidan:  Una de dos. O dentro de España en igualdad con el resto de los españoles o fuera de España.
Pero una cosa debe quedar clara:  Fuera de España significa fuera de España. Me producen estremecimiento algunas de las cosa que hemos oído en el pasado y que se están repitiendo estos días: Según algunos políticos  de C.y U. y de otros partidos catalanes, la Cataluña independiente mantendría unas relaciones muy estrechas con España y, atendiendo a algunos significados líderes del mundo del fútbol, aunque Cataluña llegue a ser independiente y con federaciones deportivas propias, el Barcelona seguirá compitiendo en la liga  española de fútbol. etc.etc.  Vamos allá, algunos quieren teta y sopas y suspiran por poder oír misa y repicar. Juraríamos que muchos de los catalanes partidarios de la independencia no lo son tanto a la hora de buscarse la vida al margen de España. Me recuerdan estos señores a esos hijos de familia que se independizan de sus padres para no contribuir a la economía familiar ni tener que acatar las normas de la casa, pero que  siguen comiendo la comidita de mamá cuatro o cinco días por semana y todos los sábados siguen llevando la ropa sucia a la casa paterna  para que se la laven y se la planchen. ¡No!. No me opongo a que los catalanes se separen de España, pero antes tienen que comprender y aceptar que situarse fuera de España implica no esperar que Barcelona siga siendo la capital mundial de la edición de libros en lengua española. Fuera de España implica que muchos españoles preferirán comprar un coche fabricado en Valladolid, Valencia o Vigo antes que uno salido de una fábrica de Barcelona. Fuera de España implica que serán cientos de miles los titulares de cuentas de la Caixa que las cancelen para llevar sus dineros y sus nóminas a otras entidades. Fuera de España implica que las empresas con domicilio fiscal en Cataluña serán foráneas para España y para los españoles. Fuera de España es fuera de España, mis queridos compatriotas catalanes. Y no creo que necesitemos recordar a los orgullosos señores de las cuatro barras de sangre que para ser miembro de la Unión Europea hay que contar con la opinión favorable de los demás países, España entre ellos.

martes, 26 de marzo de 2013

De las mamandurrias y otros gozos.


De las mamandurrias y otros gozos.

Publicado por primera vez el lunes 19 de marzo de 2012.

Pero de la más candente actualidad. Digo yo. 

Dice la Academia que las mamandurrias son los salarios que se cobran sin haberlos ganado. Viendo lo que acontece diariamente en esta nuestra triste España, una sencilla reflexión me ha llevado a concluir que lograr una mamandurria es la máxima aspiración de un buen número de nuestros conciudadanos, fervorosos creyentes todos ellos de que el trabajo es un castigo divino, y que, gracias a nuestra singular organización jurídico político administrativa, son muchos, muchísimos, los que ven satisfecha tan lúcida, e incluso piadosa, aspiración.
El inventario de los "puestos de trabajo" que tienen como única obligación el poner la mano cada primero de mes para recibir un estupendo estipendio es inconmensurable. Se trata de un listado que abarca entre otros muchos a nuestros ínclitos senadores, que para nada sirven, a los miembros de los consejos de administración de las más diversas empresas públicas y semipúblicas, a los altos cargos de esos cientos de fundaciones, observatorios y otras muchas entelequias con las que se han adornado nuestras administraciones, a los mil asesores pagados por el erario público que rodean a nuestros políticos, politiquillos y politicastros desde el mismo momento en que ocupan sus cargos, y no digamos al sin número de liberados sindicales que, como sanguijuelas sedientas, chupan los jugos de los presupuestos públicos y privados sin dar nada útil a cambio. ¡Cobrar sin trabajar! ¡Demostración hispánica de inteligencia! ¡Tonto el que curre!
Y si no quedase más remedio que trabajar para cobrar, habrá que "optimizar los rendimientos": En cuanto uno de nuestros conciudadanos es elegido alcalde de su pueblo, aprovecha el primer pleno municipal para proponer la consabida subida de sueldo, de la que él será el primer beneficiario. Los padres de la patria, diputados y diputadillos de todos los colores, se afanan por lograr que los presupuestos de las cámaras carguen con sus jugosos planes de pensiones, con sus nada modestas dietas y con todos los gastos que "sus señorías" puedan, mal que bien, aducir. Coches oficiales, viajes "gratis total" en trenes y aviones, gastos de representación sin control, gimnasios y saunas de uso exclusivo, son algunos de los gajes que adornan eso que irónicamente se suele llamar "servicio público".
A nuestros nuevos gobernantes se les llena la boca de palabras tan altisonantes como "austeridad", "control", "reducción", "honradez", cuando hablan de las reformas que van a acometer. Ojalá podamos ver algún día semejante maravilla, pero hay algo en el fondo de mi ser que me obliga al pesimismo. Mucho me temo que el PP del Sr. Rajoy no será distinto de lo que ya hemos visto muchas veces en estos treinta años. Una vez que los señores ministros, secretarios de estado, directores generales, consejeros, vice consejeros, etc. etc., estén bien asentados en sus poltronas, la tradición de las mamandurrias mostrará su poderío y todos ellos se dedicarán sin ningún recato a repartir sinecuras y prebendas, a "colocar " a sus parientes, amigos y colegas. A fin de cuentas, ¿Qué importa? Paga el Estado. ¡Lo malo es que Estado somos tú y yo, mi querido amigo!

sábado, 9 de febrero de 2013

En el país de la hembra boba

Es difícil que una  fracción medianamente significativa de los  españoles se muestre de acuerdo en algo, pero hace ya bastantes décadas que todo el mundo coincide en destacar el enorme progreso de la  mujer en lo todos los aspectos, sociales, jurídicos, económicos, etc. Y quizás el progreso más significativo, aunque todavía insuficiente, ha sido en la educación en general y la formación profesional. Actualmente las mujeres son mayoría en el alumnado de las universidades y de los centros de enseñanza secundaria. Su número aumenta, a un ritmo que pone nerviosos a muchos hombres, en la judicatura, la abogacía, la medicina, la enseñanza y otros muchos sectores profesionales. Son muchos los profesores (hombres y mujeres) que declaran, sin dudarlo, que las mujeres y niñas son más trabajadoras y obtienen mejores resultados en todos los niveles académicos que sus compañeros varones.
Ciertamente no es todo oro en la situación de las que son compañeras de viaje por los difíciles caminos de los tiempos que vivimos. La mal llamada violencia de género se ceba con ellas de una forma que hace dudar de la bondad de algunos  de los fundamentos de nuestra cultura grecorromana y judeocristiana. La discriminación en las retribuciones, que se mantiene en algunos sectores del mundo del trabajo, también nos indica que es mucho el camino que queda por andar. Pero nadie duda de que las mujeres seguirán peleando por hacer desaparecer esas lacras que de forma más o menos explícita algunos pretenden ignorar u obviar.
Pero, para satisfacción de los indignos y asombro del resto, de vez en cuando nos encontramos con algunas señoras, casi siempre pertenecientes a los grupos sociales más favorecidos en oportunidades educativas y económicas, que pretenden esconder sus flaquezas y miserias bajo la cortina de humo  de ser  unas pobrecitas mujeres dominadas por sus consortes, esposas amantísimas que no se enteraban de los tejemanejes, muy alejados de las leyes y de la moral, que durante años llevaban entre manos sus corruptos y, por lo visto, despóticos maridos. Por nuestras tierras anda con cara afligida ,  pero sin grandes problemas de momento, un señora Infanta de  España que dice no haberse enterado de los mil desafueros de ese marido suyo que se proclama a sí mismo como el duque empalmado. ¡Pobrecita! ¡Que pena de mujer!, ¡Debe ser triste estar casada con un sinvergüenza que para mayor inri es un hortera! Seguramente nuestra Infanta  no tenía conocimientos ni inteligencia suficiente para entender los papeles que firmaba, ni era capaz de valorar la desproporción existente entre sus ingresos legales (ya de por si muy grandes e inmerecidos) y el valor de los bienes que adquirían. ¡Me da una pena la pobre!
En fechas recientes otra "pobre mujer" se ha unido a nuestra tierna infanta en esa tan estimable condición de víctima impotente e inocente en el altar matrimonial. La Sra. Mato. Sí eso digo. ¡La Sra. ministro Mato! La pobre dice que no tuvo nunca nada que ver con los enjuagues de su ex (que oportuno eso del ex para minimizar la importancia de su relación con un infame). Seguramente la pobrecita tampoco tenía luces ni formación para darse cuenta de que vivían con lujos asiáticos.
Lo que yo decía en el título de estas líneas: Vivimos en el país de la hembra boba.