sábado, 9 de febrero de 2013

En el país de la hembra boba

Es difícil que una  fracción medianamente significativa de los  españoles se muestre de acuerdo en algo, pero hace ya bastantes décadas que todo el mundo coincide en destacar el enorme progreso de la  mujer en lo todos los aspectos, sociales, jurídicos, económicos, etc. Y quizás el progreso más significativo, aunque todavía insuficiente, ha sido en la educación en general y la formación profesional. Actualmente las mujeres son mayoría en el alumnado de las universidades y de los centros de enseñanza secundaria. Su número aumenta, a un ritmo que pone nerviosos a muchos hombres, en la judicatura, la abogacía, la medicina, la enseñanza y otros muchos sectores profesionales. Son muchos los profesores (hombres y mujeres) que declaran, sin dudarlo, que las mujeres y niñas son más trabajadoras y obtienen mejores resultados en todos los niveles académicos que sus compañeros varones.
Ciertamente no es todo oro en la situación de las que son compañeras de viaje por los difíciles caminos de los tiempos que vivimos. La mal llamada violencia de género se ceba con ellas de una forma que hace dudar de la bondad de algunos  de los fundamentos de nuestra cultura grecorromana y judeocristiana. La discriminación en las retribuciones, que se mantiene en algunos sectores del mundo del trabajo, también nos indica que es mucho el camino que queda por andar. Pero nadie duda de que las mujeres seguirán peleando por hacer desaparecer esas lacras que de forma más o menos explícita algunos pretenden ignorar u obviar.
Pero, para satisfacción de los indignos y asombro del resto, de vez en cuando nos encontramos con algunas señoras, casi siempre pertenecientes a los grupos sociales más favorecidos en oportunidades educativas y económicas, que pretenden esconder sus flaquezas y miserias bajo la cortina de humo  de ser  unas pobrecitas mujeres dominadas por sus consortes, esposas amantísimas que no se enteraban de los tejemanejes, muy alejados de las leyes y de la moral, que durante años llevaban entre manos sus corruptos y, por lo visto, despóticos maridos. Por nuestras tierras anda con cara afligida ,  pero sin grandes problemas de momento, un señora Infanta de  España que dice no haberse enterado de los mil desafueros de ese marido suyo que se proclama a sí mismo como el duque empalmado. ¡Pobrecita! ¡Que pena de mujer!, ¡Debe ser triste estar casada con un sinvergüenza que para mayor inri es un hortera! Seguramente nuestra Infanta  no tenía conocimientos ni inteligencia suficiente para entender los papeles que firmaba, ni era capaz de valorar la desproporción existente entre sus ingresos legales (ya de por si muy grandes e inmerecidos) y el valor de los bienes que adquirían. ¡Me da una pena la pobre!
En fechas recientes otra "pobre mujer" se ha unido a nuestra tierna infanta en esa tan estimable condición de víctima impotente e inocente en el altar matrimonial. La Sra. Mato. Sí eso digo. ¡La Sra. ministro Mato! La pobre dice que no tuvo nunca nada que ver con los enjuagues de su ex (que oportuno eso del ex para minimizar la importancia de su relación con un infame). Seguramente la pobrecita tampoco tenía luces ni formación para darse cuenta de que vivían con lujos asiáticos.
Lo que yo decía en el título de estas líneas: Vivimos en el país de la hembra boba.