viernes, 24 de octubre de 2014

A propósito del Ébola

El reciente, todavía de actualidad, episodio de infección por el virus  del Ébola en el hospital Carlos III me reafirma en lo que hace ya casi un año escribía en estas páginas  acerca de la relación esquizofrénica  del hombre moderno con la enfermedad. 


El imperio del "bienestar"


jueves, 14 de noviembre de 2013

Desde mi más tierna infancia (precioso tópico ese de la tierna infancia) me fastidian enormemente algunas de las constantes del comportamiento humano. Me estoy refiriendo específicamente a la tendencia a ocultar, obviar, camuflar, negar, cuanto de duro, difícil o amargo tiene el discurrir de nuestra vida en este hermoso valle de lágrimas. Solamente las melancolías de los enamorados parece tener derecho a escapar a la alegría y luminosidad que exigimos a todo lo que nos rodea. En la obsesión por lo bueno, bonito y barato que se ha adueñado de las sociedades desarrolladas, las desgracias solamente son admisibles a la hora del telediario y siempre a condición de que los desgraciados sean “otros” y de que se nos presenten sus males de forma "civilizada".

Nunca he podido aceptar la tendencia a considerar la muerte como un tema proscrito de nuestras conversaciones, como algo en lo que es mejor ni siquiera pensar, como materia que exige de los eufemismos para enmascarar sus realidades, como un asunto del que los niños no deben tener noticia hasta que sean bien grandecitos. Parece que la gente cree que hablando de ¿¿¡¡víctimas mortales!!?? ya no hay muertos en las carreteras o que  mirando hacia otro lado al pasar por el cementerio se puede alcanzar la inmortalidad. Esa búsqueda del disfraz puede que explique el que ya no existan en los periódicos notas necrológicas, ahora tienen “obituarios”. Necrológico era un término demasiado fúnebre, familiar para el hombre vulgar y el cultismo siempre ha sido muy útil en el camuflaje de las realidades de la vida: óbito, defunción, deceso, fallecimiento, o incluso exitus. Todo vale, incluso el denostado latín, antes que nombrar a la bicha, perdón he querido decir a la muerte.

En lo referente a la enfermedad, otro de los grandes tópicos de nuestro tiempo, existe una curiosísima dualidad. Las enfermedades leves, y las crónicas, se han convertido en un tema banal en la conversación de las gentes. Se puede competir públicamente, en los supermercados, en las salas de espera de los centros de salud o en las colas de los cines, para hacer valer la grandeza de los respectivos currículos sanitarios, para loar lo abultado de las historias clínicas. Es algo asombroso, pero parece que son muchos los que consideran que a más enfermedades y a más pastillas, ¡más caché! Otro gallo canta cuando el mal supone un peligro para la vida. Del regodeo goloso en la nomenclatura de las enfermedades se salta rápidamente al tabú. Si hemos de creer a nuestros medios de comunicación, la gente nunca muere de cáncer sino de "larga y penosa enfermedad". Pero no son los medios los únicos que huyen de la realidad. Hay muchos enfermos que prefieren que los médicos no sean demasiado explícitos cuando les comunican sus diagnósticos y son muchedumbre los que rechazan que les digan la verdad respecto al pronóstico. Retrata muy bien nuestra sociedad el terror que despertó en su momento el SIDA. El terrible mal hizo su aparición en una época en que los habitantes del mundo desarrollado estaban convencidos de que las muertes por enfermedades infecciosas eran cosa del pasado y que, salvo casos de mala suerte, todo podía arreglarse con una buena ración de antibióticos. Grande el error y grande el castigo. Pero aún nos quedan cosas muy curiosas por ver en este asunto. Mucho está costando vencer el VIH, pero ya tenemos algunos resultados muy interesantes y  los avances logrados en el tratamiento han sido acogidos con un suspiro de alivio muy justificado, pero he aquí que el alivio va unido a un peligroso retorno a la creencia de que todo se puede arreglar con unas cuantas pastillas. Por ello la primera respuesta  al avance terapéutico ha sido el abandono de las precauciones higiénicas básicas por una buena parte de los que están inmersos en conductas de riesgo. No hay que asombrarse. Se trata de una constante en la historia de la humanidad. El miedo, la negación y la imprudencia han marcado, marcan y marcarán siempre la relación del hombre con la enfermedad.

Otro tema vedado durante años fue la pobreza. En las sociedades del bienestar no se podía aceptar la existencia de pobres. Salarios sociales, programa de integración social, sanidad y pensiones no contributivas, subsidios de mil tipos. Todo ello con la loable intención de evitar sufrimientos pero también con el hipócrita objetivo de eliminar de nuestras vidas el desasosiego que produce la contemplación de la desgracia ajena. Y debo resaltar lo de la contemplación ya que nunca como en nuestros tiempos se ha cumplido más a rajatabla ese dicho tan cargado de cinismo y de verdad: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. La actual crisis económica ha puesto en entredicho la capacidad del estado para mantener el medianamente aceptable nivel de bienestar general que habíamos logrado, ahora resulta inútil intentar esconder la pobreza. La reacción de una buena parte de la población está siendo una mezcla de justificado temor con una afectada indignación basada en la desmemoria y alimentada por intereses políticos. Todo vale menos asumir que la única solución a la crisis social actual es repartir entre todos los daños producidos por la catástrofe. Basta oír a los representantes de cualquier colectivo al que se pide un sacrificio para darse cuenta que todos creemos que  los sacrificios deben ser solamente para “los otros” ya que todos estamos convencidos de que "la enorme importancia de nuestra función social" no admite recorte alguno. Todo el que tiene voz se lamenta de la pobreza de los excluidos, pero todo el que puede hacerlo  olvida contribuir con su grano de arena para evitarla.

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