lunes, 16 de marzo de 2015

El síndrome triunfante

Las puesta en libertad de unos cuantos asesinos etarras (palabra esta última que ya fue tomada en cuenta por la RAE pero que debería tener un refuerzo peyorativo en su definición) llevadas a cabo de formas más o menos conformes con la legalidad vigente en nuestro siempre absurdo país, vuelve a poner de actualidad una entrada antigua de mi blog que en su momento tuvo una sorprendente acogida.

lunes, 19 de diciembre de 2011


El síndrome austriaco

Ahora, cuando todos queremos creer en el final del terrorismo de ETA y en un futuro sin víctimas ni victimarios, llega el momento de mirar hacia atrás, sin ira pero sin ceguera, para intentar comprender el pasado y presente de la sociedad vasca y para poder entrever su  futuro. Quizás el hecho que más llama la atención en el comportamiento de los dirigentes políticos que ostentan la representación de la mayor parte de la población de las tres provincias sea el afán de crear un caldo común en el que todos los que deberían sentir vergüenza por sus actos: asesinos, cómplices de los asesinos, jaleadores de los asesinos, indiferentes ante los asesinos; se unan a los  muertos, a los mutilados, a los heridos, a los amenazados, a los expulsados, a los insultados; para formar la nueva categoría de "víctimas de la violencia". Esa categoría  se extiende como una gigantesca ameba y poco a poco va englobando a la totalidad de la sociedad vasca. ¡Todos los vascos han sido víctimas de la violencia!; afirman con perseverancia los dirigentes del PNV, del PSE, de Ezker Batua  y de esos otros  que se llaman a sí mismo abertzales. Las  almas bienintencionadas posiblemente los crean  al considerar que, de una o de otra forma, cincuenta años de monstruoso terrorismo han debido afectar a todos. Eso es cierto. Pero ¡Ojo! ¡No  nos confundamos! Ese victimismo colectivo que se postula con tanta insistencia es solamente un intento de cubrir el pasado con una muy conveniente amnesia. El País Vasco se prepara para adoptar "el síndrome austriaco" como única manera de lograr que una buena parte de sus habitantes puedan mirarse al espejo sin sentirse indignos.
Desde la derrota de  Alemania en 1945 los austriacos prefieren no hablar de la guerra, y en caso de tener que hacerlo ponen por delante, de forma unánime, la condición de "primera víctima del nazismo" que, en la declaración de Moscú de 1943, los aliados concedieron al país a cambio de su futura neutralidad y del compromiso de entregar a la justicia los criminales de guerra. Si hubiésemos de creer lo que cuentan los austriacos, los únicos responsables de lo acontecido durante la guerra fueron los  nazis alemanes que controlaron el país desde su anexión al Reich, y ellos fueron solamente víctimas. Los pacíficos habitantes del país alpino prefieren olvidar que la anexión al Reich se hizo con la colaboración de un poderoso partido nazi austriaco, que las tropas alemanas no encontraron la menor resistencia cuando ocuparon el país, que la mayor parte de la población austriaca aceptó la anexión sin problemas y que muchos fueron los que colaboraron, y los demás callaron, en la persecución, deportación y exterminio de judíos, de gitanos, de comunistas y de cuantos  sufrieron el anatema nazi. Lo más triste es que esa interpretación farisea de la historia ha llegado a convertirse en dogma de fe para el común del pueblo austriaco.
No hemos de tardar mucho en ver como únicamente se escuchan en España las voces  infatuadas que proclaman a todos  los vientos que  lo acontecido fuera y dentro del País Vasco fue culpa del conflicto político causado por la sinrazón de España y Francia y que el pueblo vasco solamente ha sido la gran víctima. Se obviarán los cientos de asesinatos de ETA,  se potenciará el eclipse de los que sufrieron el terror en sus carnes, se negarán las cosechas de nueces del PNV, se silenciará cualquier alusión a la repugnante cobardía de los que vieron impasibles como se perseguía y se asesinaba a sus vecinos. En esa confortable visión del pasado, que se extiende como una mancha de aceite dentro y fuera de las vascongadas, solamente existirán las "víctimas de la violencia" y si alguno se atreviese a preguntar por el destino de los verdugos se le acusará de boicotear la paz. ¿La paz de los cementerios?

domingo, 18 de enero de 2015

El castellano abatido

No se trata de una aberración nueva, pero los atentados terroristas de los últimos días han amplificado hasta lo inimaginable el desafuero lingüístico: La policía francesa abatió a los dos hermanos  Kouachi durante el asalto a la imprenta en la que estaban atrincherados; Amedy Coulibaly, el asaltante del supermercado  kosher de París fue abatido  por la policía francesa; La policía belga abate a dos presuntos terroristas durante el registro de una vivienda en Verviers (Valonia).
El DRAE incluye diez acepciones en la entrada Abatir, casi todas con la idea más o menos explícita de hacer caer o derribar. Varios de los significados forman parte de la terminología náutica y uno de ellos es de uso en determinados juegos de cartas. Lo que es indudable es que en la lengua castellana, fija, limpia y esplendorosa según la Academia, abatir no significa matar. Tampoco entre los muchos sinónimos que ilustran el término en el María Moliner o en el Thesaurus de Sopena he podido encontrar semejante equivalencia.
No es necesario ser un genio para descubrir que nos encontramos ante un galicismo puro y duro. En la lengua de Moliere Abattre es, entre otras acepciones similares a las castellanas, sinónimo de tuer y en lenguaje ordinario significa simplemente matar. Hace muchos años tuve ocasión de pasar diariamente, camino del trabajo, ante un edificio ruinoso en cuyo frontispicio campeaba la palabra ABATTOIR, un edificio que se anunciaba en la distancia por un coro de mugidos y balidos de muy fúnebre augurio.
He comprobado que ese uso de abatir en las crónicas de los recientes sucesos se ha prodigado mucho más en los informativos de televisión y de la radio que en la prensa escrita. Especialmente notable ha sido el abuso del término por los corresponsales de TVE en París y Bruselas. Quizás el uso diario del francés y la rutina gozosamente irresponsable de los que creen tener un trabajo seguro  los incline a no complicarse la vida escarbando en el diccionario para algo de tan poco provecho como hablar un español algo menos descuidado.
También ha pasado por mi mente la posibilidad de que nos encontremos ante un ejemplo más de ese pudor, repugnancia diría yo, que acomete a los españoles cuando se enfrentan a la indeseable existencia de la muerte. Al igual que en los accidentes de tráfico nunca hay muertos sino ¡¡víctimas mortales!! la policía tampoco debe "matar" a nadie. Ha llegado el momento de que en España no "matemos", cosa horrible y grosera, sino simplemente "abatamos", que es algo mucho más elegante e incruento.

jueves, 8 de enero de 2015

El Islam incompatible.

El repugnante ataque sufrido por la revista semanal Charlie está poniendo de relieve, una vez más, la profunda incoherencia de una muy buena parte de las "mentes pensantes europeas". Se puede incluir en esa "muy buena parte" a la mayoría de los políticos y a una muy apreciable fracción de los periodistas, politólogos e "intelectuales" diversos.
Las llamadas a la calma, a no confundir el islam con los islamistas, a poner por delante de todo la sacrosanta tolerancia, a respetar los derechos de los inmigrantes, a no exagerar los peligros para no despertar una mayor alarma social, resuenan en todos los medios de comunicación con una insistencia asombrosa. No se trata de nada nuevo. Los mismos cánticos se han oído cada vez que alguna matanza o alguna otra barbaridad, cometida en el nombre de "Alá, el grande y el misericordioso", ha sacudido nuestras adormecidas conciencias.
Curiosamente el asalto a Charlie  ha coincidido con el escándalo provocado entre los biempensantes por la novela  "Sumisión", en la que el escritor francés Houellebecq, políticamente incorrecto donde los haya, insiste en sus tesis sobre la islamización de la gran república. Y también con las manifestaciones, de uno y otro signo que, con similares motivos, han conformado parte de la actualidad alemana delos últimos días. El pensamiento de Houellebecq, al igual que el de Lutz Bachmann, impulsor del movimiento anti islámico alemán, debe ser analizado con visión  muy crítica pero no puede ser descalificado sin más argumentos que la necesidad de tolerancia y respeto a la cultura de los otros.
Desagrade a quien desagrade y ofenda a quien ofenda, lo único cierto es que el islam es incompatible con la civilización occidental. Esa incompatibilidad tiene sus raíces en en el Corán que, al contrario que los Evangelios, es en si mismo un marco enormemente rígido de la vida de los creyentes, un marco que transciende lo simplemente religioso para entrar en todos los ámbitos de la vida, impidiendo el desarrollo de la sociedad civil. 
La injerencia de las religiones en la vida civil de los puebles ha sido una constante en la historia de la humanidad y el cristianismo no se libra de ese estigma. Durante siglos la libertad de pensamiento de los europeos se vio constreñida por la intransigencia de la autoridad religiosa, ya fuese la del papado o la del patriarcado oriental. Una autoridad que utilizó todos los medios a su alcance, incluida las más brutales de las violencias, para controlar férreamente a sus fieles. Fueron necesarios  tres siglos de sufrimiento, de reformas, de contra reformas y de guerras de religión para que, a finales del dieciocho, la libertad pudiese iniciar el largo camino conducente a asignar los justos ámbitos de poder a altares, cátedras y tribunales. Hoy día las distintas iglesias cristianas respetan el marco legal de nuestras sociedades y salvo algunos grupúsculos, o cofradias, o sectas (llámeselas como se quiera) no suelen incidir con violencia en la vida civil, ni siquiera en los casos en que manifiestan su disgusto por normas que consideran perniciosas para sus fieles.
El problema que nos ocupa tiene su origen en que esa dura y larga evolución de las confesiones cristianas ha brillado por su ausencia  en el mundo islámico. Durante el pasado siglo hubo numerosos intentos, más o menos prolongados en el tiempo, de laicizar algunos países musulmanes o de hacer compatible su confesionalidad con una sociedad civil libre y moderna. El fracaso acompañó todos y cada unos de esos ensayos, incluido el de la Turquía laica de Mustafa Kemal Atatürk, que hoy agoniza en manos del "islamismo moderado" de  Erdogan. En todo el norte de África (Un paseo desde el pasado reciente hasta al momento actual de Marruecos podría ser muy ilustrativo para algunos) es fácil comprobar como los últimos treinta años han supuesto un estancamiento, y en muchos caso un retroceso, de los tímidos intentos para adaptarse al mundo moderno que realizaron algunos gobiernos poscoloniales y como un integrismo más o menos evidente va radiando desde las mezquitas  a todos los ámbitos sociales. 
Creo que el futuro deparará tiempos muy duros para ese sueño que algunos ingenuos quisieron edificar bajo el bonito nombre de la Alianza de civilizaciones. Puede ser duro de aceptar pero no creo que ninguno de los acérrimos defensores de la tolerancia infinita estuviese dispuesto a convivir ni siquiera un minuto con aquellos católicos, calvinistas, hugonotes, etc. que con su intolerancia cubrieron de sangre toda Europa y más de la mitad del mundo desde la Edad Media hasta el triunfo de la  Ilustración. 
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