jueves, 8 de enero de 2015

El Islam incompatible.

El repugnante ataque sufrido por la revista semanal Charlie está poniendo de relieve, una vez más, la profunda incoherencia de una muy buena parte de las "mentes pensantes europeas". Se puede incluir en esa "muy buena parte" a la mayoría de los políticos y a una muy apreciable fracción de los periodistas, politólogos e "intelectuales" diversos.
Las llamadas a la calma, a no confundir el islam con los islamistas, a poner por delante de todo la sacrosanta tolerancia, a respetar los derechos de los inmigrantes, a no exagerar los peligros para no despertar una mayor alarma social, resuenan en todos los medios de comunicación con una insistencia asombrosa. No se trata de nada nuevo. Los mismos cánticos se han oído cada vez que alguna matanza o alguna otra barbaridad, cometida en el nombre de "Alá, el grande y el misericordioso", ha sacudido nuestras adormecidas conciencias.
Curiosamente el asalto a Charlie  ha coincidido con el escándalo provocado entre los biempensantes por la novela  "Sumisión", en la que el escritor francés Houellebecq, políticamente incorrecto donde los haya, insiste en sus tesis sobre la islamización de la gran república. Y también con las manifestaciones, de uno y otro signo que, con similares motivos, han conformado parte de la actualidad alemana delos últimos días. El pensamiento de Houellebecq, al igual que el de Lutz Bachmann, impulsor del movimiento anti islámico alemán, debe ser analizado con visión  muy crítica pero no puede ser descalificado sin más argumentos que la necesidad de tolerancia y respeto a la cultura de los otros.
Desagrade a quien desagrade y ofenda a quien ofenda, lo único cierto es que el islam es incompatible con la civilización occidental. Esa incompatibilidad tiene sus raíces en en el Corán que, al contrario que los Evangelios, es en si mismo un marco enormemente rígido de la vida de los creyentes, un marco que transciende lo simplemente religioso para entrar en todos los ámbitos de la vida, impidiendo el desarrollo de la sociedad civil. 
La injerencia de las religiones en la vida civil de los puebles ha sido una constante en la historia de la humanidad y el cristianismo no se libra de ese estigma. Durante siglos la libertad de pensamiento de los europeos se vio constreñida por la intransigencia de la autoridad religiosa, ya fuese la del papado o la del patriarcado oriental. Una autoridad que utilizó todos los medios a su alcance, incluida las más brutales de las violencias, para controlar férreamente a sus fieles. Fueron necesarios  tres siglos de sufrimiento, de reformas, de contra reformas y de guerras de religión para que, a finales del dieciocho, la libertad pudiese iniciar el largo camino conducente a asignar los justos ámbitos de poder a altares, cátedras y tribunales. Hoy día las distintas iglesias cristianas respetan el marco legal de nuestras sociedades y salvo algunos grupúsculos, o cofradias, o sectas (llámeselas como se quiera) no suelen incidir con violencia en la vida civil, ni siquiera en los casos en que manifiestan su disgusto por normas que consideran perniciosas para sus fieles.
El problema que nos ocupa tiene su origen en que esa dura y larga evolución de las confesiones cristianas ha brillado por su ausencia  en el mundo islámico. Durante el pasado siglo hubo numerosos intentos, más o menos prolongados en el tiempo, de laicizar algunos países musulmanes o de hacer compatible su confesionalidad con una sociedad civil libre y moderna. El fracaso acompañó todos y cada unos de esos ensayos, incluido el de la Turquía laica de Mustafa Kemal Atatürk, que hoy agoniza en manos del "islamismo moderado" de  Erdogan. En todo el norte de África (Un paseo desde el pasado reciente hasta al momento actual de Marruecos podría ser muy ilustrativo para algunos) es fácil comprobar como los últimos treinta años han supuesto un estancamiento, y en muchos caso un retroceso, de los tímidos intentos para adaptarse al mundo moderno que realizaron algunos gobiernos poscoloniales y como un integrismo más o menos evidente va radiando desde las mezquitas  a todos los ámbitos sociales. 
Creo que el futuro deparará tiempos muy duros para ese sueño que algunos ingenuos quisieron edificar bajo el bonito nombre de la Alianza de civilizaciones. Puede ser duro de aceptar pero no creo que ninguno de los acérrimos defensores de la tolerancia infinita estuviese dispuesto a convivir ni siquiera un minuto con aquellos católicos, calvinistas, hugonotes, etc. que con su intolerancia cubrieron de sangre toda Europa y más de la mitad del mundo desde la Edad Media hasta el triunfo de la  Ilustración. 
Saltar a: navegación, búsqueda


No hay comentarios:

Publicar un comentario