Los medios de comunicación llevan unos cuantos días dándole vueltas a esa carta en la que algunas deportistas, que habían formado parte del equipo nacional de natación sincronizada, denuncian las presiones y vejaciones a las que, durante años, las sometió su entrenadora. No ha llegado a mí ninguna información que me permita pensar que los hechos denunciados sean falsos y que las nadadoras mientan, pero sí debo decir con toda sinceridad que algo huele a podrido en Dinamarca. Esas señoras ponen el grito en el cielo por el trato verbal que recibían durante los entrenamientos y nos cuentan que se las "llamaba gordas" y que se les impedía "salir de la piscina para vomitar". Si la única expresión desagradable de la entrenadora era llamar gorda a alguna de las nadadoras, debo decir que en la natación sincronizada el "lenguaje de trabajo" es versallesco comparado con ese, mucho más próximo a lo cuartelero que a cualquier otro argót, que se suele oír a todas horas en los gimnasios y estadios. Si verdaderamente la entrenadora las humillaba, me asombra que esas señoras hayan esperado a estar fuera de la selección y a que se relevase a la presunta tirana para realizar sus denuncias. El caso parece encuadrarse dentro de los que podemos calificar como de "indignación sobrevenida".
Todo el asunto tiene unos tufillos a hipocresía que me hacen desconfiar en la honorabilidad de las intenciones. Estos dimes y diretes encajan mejor con las venganzas de los que no fueron capaces de lograr sus objetivos y con los politiqueos federativos. Enfín, el tiempo dirá si yerro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario