viernes, 27 de enero de 2012

Las buenas intenciones del lehendakari.

Creo que las últimas noticias sobre ETA, sobre las declaraciones del presidente del gobierno vasco y las del famosísimo grupo de "mediadores internacionales" ponen de relieve la actualidad de la entrada que en su día titulé "El síndrome Austriaco".

Ahora, cuando todos queremos creer en el final del terrorismo de ETA y en un futuro sin víctimas ni victimarios, llega el momento de mirar hacia atrás, sin ira pero sin ceguera, para intentar comprender el pasado y presente de la sociedad vasca y para poder entrever su futuro. Quizás el hecho que más llama la atención en el comportamiento de los dirigentes políticos que ostentan la representación de la mayor parte de la población de las tres provincias sea el afán de crear un caldo común en el que todos los que deberían sentir vergüenza por sus actos: asesinos, cómplices de los asesinos, jaleadores de los asesinos, indiferentes ante los asesinos; se unan a los muertos, a los mutilados, a los heridos, a los amenazados, a los expulsados, a los insultados; para formar la nueva categoría de "víctimas de la violencia". Esa categoría se extiende como una gigantesca ameba y poco a poco va englobando a la totalidad de la sociedad vasca. ¡Todos los vascos han sido víctimas de la violencia! afirman con perseverancia los dirigentes del PNV, del PSE, de Ezker Batua y de esos otros que se llaman a sí mismo abertzales. Las almas bienintencionadas posiblemente los crean al considerar que, de una o de otra forma, cincuenta años de monstruoso terrorismo han debido afectar a todos. Eso es cierto. Pero ¡ojo! ¡No nos confundamos! Ese victimismo colectivo que se postula con tanta insistencia es solamente un intento de cubrir el pasado con una muy conveniente amnesia. El País Vasco se prepara para adoptar "el síndrome austriaco" como única manera de lograr que una buena parte de sus habitantes puedan mirarse al espejo sin sentirse indignos.

Desde la derrota de Alemania en 1945 los austriacos prefieren no hablar de la guerra, y en caso de tener que hacerlo ponen por delante, de forma unánime, la condición de "primera víctima del nazismo" que, en la declaración de Moscú de 1943, los aliados concedieron al país a cambio de su futura neutralidad y del compromiso de entregar a la justicia los criminales de guerra. Si hubiésemos de creer lo que cuentan los austriacos, los únicos responsables de lo acontecido durante la guerra fueron los nazis alemanes que controlaron el país desde su anexión al Reich, y ellos fueron solamente víctimas. Los pacíficos habitantes del país alpino prefieren olvidar que la anexión al Reich se hizo con la colaboración de un poderoso partido nazi austriaco, que las tropas alemanas no encontraron la menor resistencia cuando ocuparon el país, que la mayor parte de la población austriaca aceptó la anexión sin problemas y que muchos fueron los que colaboraron, y los demás callaron, en la persecución, deportación y exterminio de judíos, de gitanos, de comunistas y de cuantos sufrieron el anatema nazi. Lo más triste es que esa interpretación farisea de la historia ha llegado a convertirse en dogma de fe para el común del pueblo austriaco.

No hemos de tardar mucho en ver como únicamente se escuchan en España las voces infatuadas que proclaman a todos los vientos que lo acontecido fuera y dentro del País Vasco fue culpa del conflicto político causado por la sinrazón de España y Francia y que el pueblo vasco solamente ha sido la gran víctima. Se obviarán los cientos de asesinatos de ETA, se potenciará el eclipse de los que sufrieron el terror en sus carnes, se negarán las cosechas de nueces del PNV, se silenciará cualquier alusión a la repugnante cobardía de los que vieron impasibles como se perseguía y se asesinaba a sus vecinos. En esa confortable visión del pasado, que se extiende como una mancha de aceite dentro y fuera de las vascongadas, solamente existirán las "víctimas de la violencia" y si alguno se atreviese a preguntar por el destino de los verdugos se le acusará de boicotear la paz. ¿La paz de los cementerios?

miércoles, 25 de enero de 2012

El poder y la gloria.

Con un punto de rubor he tomado prestadas a Grahan Greene las palabras que sirven de entrada a estas líneas. Unas palabras que fueron utilizadas por el gran escritor americano para titular la más famosa de sus novelas, “The power and the glory”.
Me han llenado de preocupación las imágenes que las televisiones nos están ofreciendo sobre el desarrollo de los juicios al juez Garzón  y sobre los espectáculos que los seguidores del magistrado protagonizan en todos los foros y ante todas las audiencias. Creo que lo que podrían haber sido sanos posicionamientos jurídicos, o incluso ideológicos, ante unos hechos opinables, está derivando por unos derroteros que se alejan cada vez más de la racionalidad y del respeto a las instituciones.
Es absolutamente normal, preceptivo diría yo, que las defensas no estén de acuerdo con las conclusiones de la instrucción y que dediquen todos sus esfuerzos a rebatirlas, pero no es frecuente que el procedimiento para ello sea la descalificación inclemente del instructor. La dureza empleada por el abogado defensor de Garzón en la causa de “los crímenes del franquismo”, Gonzalo Martínez Fresneda, para con el magistrado Luciano Varela, se aleja mucho de la cortesía que suele imperar entre los abogados en sus relaciones con jueces y magistrados, pero, a fin de cuentas, encaja en el cometido propio de un defensor. Mucho más inusual parece la actuación del fiscal Luis Navajas. Es sabido que el representante del Ministerio Público no ha visto delito en las actuaciones de Garzón y postula su libre absolución y, en consecuencia, era de esperar que su intervención se mostrase favorable al magistrado. Pero lo que no era previsible es que, haciendo honor a su apellido, el fiscal Navajas acuchillase al instructor con una dureza que no creo haya tenido precedentes en toda la historia del Tribunal Supremo.
Pero no ha sido únicamente en las salas de vistas donde se están produciendo situaciones sorprendentes. No es frecuente que un fiscal, ni siquiera un fiscal jubilado, arremeta contra el Tribunal Supremo acusando a sus jueces de ser “instrumentos de la actual expresión del fascismo español”. Es cierto que el fiscal Carlos Jiménez Villarejo mantuvo durante toda su vida activa un posicionamiento ideológico muy próximo  al ala izquierda del arco político, pero nadie había dudado nunca de su integración en el sistema judicial ni de su profesionalidad; por lo que sus exabruptos producen perplejidad a muchos españoles.
Menos sorprendente ha sido el posicionamiento de nuestros ínclitos comunistas de cabecera, comunistas vergonzantes desde luego, Gaspar Llamazares  y Cayo Lara, que nunca han dudado en tomar partido por cualquiera que se enfrente al orden establecido, sea ETA, Izquierda Republicana de Cataluña o un nuevo rey mago. Para don Gaspar y el señor Cayo, descalificar el Tribunal Supremo no conlleva ningún problema de conciencia.
Esperada, pero no por ello menos deplorable, ha sido la intervención de los representantes de esas ONGs que pretenden tener en lo moral el mismo poder que las agencias de calificación han logrado en lo económico. Pretenden estar por encima de leyes y gobiernos, y se consideran con derecho a declarar “dogma de fe” lo que no son más que sus posicionamientos éticos. Posicionamientos que pueden ser perfectamente legítimos y acertados muchas veces, pero que no por ello dejan de ser cuestionables en otras ocasiones. En las interpretaciones que Human Rights Watch, Amnistía Internacional, la llamada Comisión Internacional de Juristas, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y otras organizaciones mejor o peor intencionadas, hacen de las causas abiertas a Garzón, llama la atención el hecho de que todas ellas cuestionan, en mayor o menor elegancia, la solvencia y la ecuanimidad de los jueces del Tribunal Supremo. Y las cuestionan sin más argumento que dar por hecho la existencia de una conjura de la extrema derecha contra el juez.
A lo largo de todo el affaire, el partido socialista y el gobierno de Rodríguez Zapatero, haciendo bueno lo de  pelillos a la mar con el asunto de “el señor X”, han apoyado discretamente a Garzón, preferentemente dando soporte económico  a las muchas asociaciones que han proliferado al calor de esa tan traída y llevada memoria histórica que tan querida resulta a don José Luis. Pero no han sido pocos los socialistas de pro que se han manifestado públicamente en la misma línea que los próceres de Izquierda Unida.
Lo que no escapa a muchos es que nuestro juez estrella está triunfando plenamente en su camino de ascensión al Olimpo. Sean las que sean las sentencias que se dicten en los procesos en que está incurso, don Baltasar recibirá de sus incondicionales los laureles del triunfo, ya sea como “víctima inocente del fascismo” o como “heroico vencedor de los enemigos de los derechos humanos”. Quien en un tiempo fue un paradigma de laboriosidad y discreción lleva ya años cubierto con el manto de la contemplación egocéntrica. Pero desde que, gracias a sus incursiones en la justicia universal y a su militancia en lo que podemos llamar anti franquismo retrospectivo sobrevenido, logró el aplauso de ese variopinto mundo que con tanto ardor lo jalea, sus desvaríos han  alcanzado las más altas cotas. Basta contemplar su solemne figura y lo ampuloso de sus gestos para percibir lo profundo de su egolatría, lo descomunal de su endiosamiento. El juez Garzón se considera por encima del Tribunal Supremo, no se cree sujeto a ninguna de las leyes que deben acatar el resto de los españoles. El juez Garzón está convencido de que sus razones son la verdad y la vida y de que quien se oponga a ellas debe ser anatema.
Deberían  tener en cuenta el señor  magistrado y sus corifeos que lo que ahora parece a algunos un acontecimiento histórico no será más que un destello fugaz en el devenir de los tiempos y que los héroes de de hoy suelen ser los juguetes rotos de mañana. Más le valdría a don Baltasar Garzón tener un momento de lucidez en sus ensueños y darse cuenta que no se referían a él aquellas palabras, “...tuyo es el reino, el poder y la gloria...”

martes, 17 de enero de 2012

La magia del juez Garzón.

Tras muchas demoras, se ha iniciado en el Tribunal Supremo la vista oral de la primera de las tres causas en las que está inmerso el "divo" de la justicia española, el único de nuestros magistrados que ha sabido asegurarse un lugar entre las estrellas mediáticas. Al frente del Juzgado Central de Instrucción nº 5 de la Audiencia Nacional desde 1988, el nombre de Baltasar Garzón logró amplia resonancia en los medios de comunicación durante los años noventa gracias a las importantes y llamativas operaciones que su juzgado llevó a cabo para la desarticulación de algunos de los más importantes clanes gallegos del tráfico de drogas.
Trabajador incansable, la actividad del magistrado parecía no detenerse ni de noche ni de día, pero ya en esa temprana época dejó entrever algunos de las facetas negativas que han caracterizado su forma de ejercer la jurisdicción, y que están en el origen de alguno de los hechos por los que el Tribunal Supremo lo juzga ahora a él. En muchas de sus instrucciones ha llamado la atención el escaso respeto por los derechos de las personas investigadas por su juzgado. Como ejemplo basta una muestra: En el caso de la llamada operación «Nécora», llevada a cabo para desarticular la organización criminal encabezada por el narcotraficante Laureano Oubiña, el tribunal que juzgó a los implicados no pudo tener en cuenta como prueba los pinchazos telefónicos ordenados por Garzón durante la instrucción, ya que no los consideraron ajustados a derecho. En la sentencia de ese caso los miembros del tribunal dedicaron cuarenta folios al análisis de las deficiencias legales de las escuchas. El juez no pareció sentirse aludido por las consideraciones del tribunal y achacó la escasa contundencia de las penas que se pudieron imponer a las carencias de nuestro sistema judicial.
A finales de los noventas, y hasta los albores del nuevo milenio, ETA y sus organizaciones afines sustituyeron al narcotráfico gallego como objetivos preferentes del Juzgado de Instrucción nº 5. Los periódicos Egin y Egunkaria, las organizaciones Xaki, Ekin, Jarrai, Haika, Segui y la misma Batasuna fueron investigadas, y a veces suspendidas,  acusadas de formar parte del entramado de ETA. La enérgica actuación de Garzón contra el terrorismo vasco tuvo siempre el aplauso de la opinión pública y el apoyo de la mayor parte de los medios de comunicación. Sus actuaciones solamente eran cuestionadas en esa época por los partidos nacionalistas y, con muy poca resonancia en la opinión pública, por los tribunales que luego entendían de los casos que él instruía. En esos años Garzón era admirado por la mayor parte de los ciudadanos y su fama alcanzaba dimensiones desconocidas para sus compañeros de profesión.
Pero el juez Garzón ya no se conformaba con ser un magistrado famoso. Don Baltasar quería llegar más arriba, mucho más arriba. En 1993 Felipe Gonzales lo ficha para las listas de PSOE en ocasión de las elecciones a Cortes Generales, y Garzón se presenta para el Congreso de Diputados como número dos de la candidatura socialista por la circunscripción de Madrid. Elegido diputado, el juez estrella sufrió el mayor desengaño de su vida. Tras utilizarlo como señuelo electoral, Felipe González no le da el Ministerio de Justicia, o el de Interior, que era lo que el juez deseaba, sino que lo nombra Delegado del Gobierno en el Plan Nacional sobre las drogas. Rumiando su frustración, antes de transcurrir un año Baltasar Garzón dimite de su cargo en el Plan y renuncia a su escaño en el Congreso. Masticando un rencor que no se tomó el trabajo de disimular, el magistrado se incorporó a su juzgado en la Audiencia Nacional. En un año muchas cosas habían cambiado: Felipe González lo había humillado y su venganza será terrible.
A poco de reincorporarse a la Audiencia Nacional, Garzón reabre sus investigaciones sobre el llamado "Terrorismo de Estado" que curiosamente habían estado dormidas en algún cajón de su despacho todo el tiempo que había durado su idilio con Felipe González. Impulsados por Garzón los procesos relacionados con el GAL se convirtieron en la pesadilla de González y de su gobierno. José Barrionuevo, Ministro del Interior y Rafael Vera, Secretario de Estado de Seguridad, fueron acusados por el magistrado de dirigir el grupo terrorista y, aunque el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, a instancia de Vera, invalidó la instrucción realizada por el juez Garzón en el caso Marey por "Ser manifiesta la enemistad entre el juez y el demandante", una segunda instrucción realizada por el juez del Tribunal Supremo Eduardo Moner llevó a los acusados primero a juicio y luego a prisión. Nunca pudo sin embargo Garzón probar que el "señor X" de los GAL hubiese sido Felipe González.
En 1998 Baltasar Garzón abrió un nuevo frente de lucha. Se invistió a sí mismo como defensor urbi et orbi de la ley y el orden con una visión muy amplia de las atribuciones de su juzgado, visión no compartida por otros muchos jueces y tribunales. Una orden de detención internacional contra Augusto Pinochet fue su primera acción en la llamada "jurisdicción universal". Tras Pinochet fueron algunos torturadores argentinos como Adolfo Scilingo los investigados, y a veces juzgados y condenados. Aplaudido por muchos, cuestionado por otros tantos, Garzón había descubierto un nuevo escenario para sus aspiraciones.  Otros muchos personajes, Henry Kissinger, Silvio Berlusconi, Osama Ben Laden entre ellos, sucedieron a los dictadores sudamericanos como objetivos temporales de su meteórica carrera hacia la celebridad internacional.
Pero en los últimos años el escenario se le ha complicado. El intento de abrir una especie de "causa general contra el Franquismo", el sobreseimiento de unas diligencias abiertas a Emilio Botín, concurrente con su petición de dinero al banquero para costear unos cursos que iba a impartir en Estados Unidos y el haber ordenado las escuchas de las conversaciones entre acusados y abogados defensores en el caso Gurtel, dan lugar a una serie de denuncias que, tras ser aceptadas por el Tribunal Supremo, lo han sentado en el banquillo.
No son raras en España las controversias sobre las decisiones de los tribunales y en el caso de los  procesos que tienen a Garzón como acusado no podía ser de otra forma. Un variopinto grupo de organizaciones, ONGs, partidos políticos, etc., autodenominadas progresistas, han orquestado una verdadera operación de acoso y derribo al Tribunal Supremo. En esa operación participan activamente algunos juristas hispano americanos curiosamente interesados en que "el franquismo" sea llevado ante los tribunales. Especialmente significativas y tristes están siendo algunas de las circunstancias que rodean los procesos: Los intentos de internacionalizarlos poniendo en tela de juicio la capacidad de nuestro sistema judicial y la estrategia de retrasar de forma sistemática las causas mediante la utilización de todas las argucias legales posibles. En los dos casos Baltasar Garzón ha sido el agente más activo y sus actuaciones, recusaciones, solicitud de pruebas testificales, etc. siempre han estado encaminadas a minar la credibilidad del Tribunal Supremo.
Es muy curiosa la figura de un magistrado que va proclamando  dentro y fuera del país  la supuesta existencia de una "conspiración"  que invalida para juzgarle a la práctica totalidad de los jueces del Supremo que han de entender de los causas abiertas contra él. Al descalificar a los jueces del Supremo, Garzón ha descalificado  un sistema judicial del que él mismo forma parte, y sobre el que, hasta estos momentos, nunca había manifestado reservas.
Garzón y sus corifeos están haciendo un flaco favor al prestigio de la justicia española. Esperemos que una vez acabados los procesos, y cualquiera que sean las sentencias, se impongan la serenidad y el buen juicio.


lunes, 16 de enero de 2012

Nada nuevo bajo el sol.

Entrada tomada prestada del blog de Emilio Díaz.

 Habla Polibio sobre una materia que te suena agoreramente moderna.
[5] ἐπέσχεν ἐν τοῖς καθ’ ἡμᾶς καιροῖς τὴν Ἑλλάδα πᾶσαν ἀπαιδία καὶ συλλήβδην ὀλιγανθρωπία, δι’ ἣν αἵ τε πόλεις ἐξηρημώθησαν καὶ ἀφορίαν εἶναι συνέβαινε, καίπερ οὔτε πολέμων συνεχῶν ἐσχηκότων ἡμᾶς οὔτε λοιμικῶν περιστάσεων. [6] εἴ τις οὖν περὶ τούτου συνεβούλευσεν εἰς θεοὺς πέμπειν ἐρησομένους τί ποτ’ ἂν ἢ λέγοντες ἢ πράττοντες πλείονες γινοίμεθα καὶ κάλλιον οἰκοίημεν τὰς πόλεις, ἆρ’ οὐ μάταιος ἂν ἐφαίνετο, τῆς αἰτίας προφανοῦς ὑπαρχούσης καὶ τῆς διορθώσεως ἐν ἡμῖν κειμένης; [7] τῶν γὰρ ἀνθρώπων εἰς ἀλαζονείαν καὶ φιλοχρημοσύνην, ἔτι δὲ ῥᾳθυμίαν ἐκτετραμμένων καὶ μὴ βουλομένων μήτε γαμεῖν μήτ’, ἐὰν γήμωσι, τὰ γινόμενα τέκνα τρέφειν, ἀλλὰ μόλις ἓν τῶν πλείστων ἢ δύο χάριν τοῦ πλουσίους τούτους καταλιπεῖν καὶ σπαταλῶντας θρέψαι, ταχέως ἔλαθε τὸ κακὸν αὐξηθέν. [8] ὅτε γὰρ ἑνὸς ὄντος ἢ δυεῖν, τούτων τὸν μὲν πόλεμος, τὸν δὲ νόσος ἐνστᾶσα παρείλετο, δῆλον ὡς ἀνάγκη καταλείπεσθαι τὰς οἰκήσεις ἐρήμους, καὶ καθάπερ ἐπὶ τῶν μελιττῶν τὰ σμήνη, τὸν αὐτὸν τρόπον κατὰ βραχὺ καὶ τὰς πόλεις ἀπορουμένας ἀδυνατεῖν.
La carencia de natalidad y la escasez de población se han abatido sobre toda Grecia en nuestro tiempo. Sucede, por ello, que las ciudades se han despoblado y empobrecido, aunque no hayamos tenido guerras continuas ni epidemias. Si alguien hubiera aconsejado enviar emisarios a los dioses para preguntarles acerca de esto qué podríamos decir o hacer para ser más numerosos y habitar ciudades más prósperas, ¿no habría parecido un iluso puesto que la causa es evidente y la solución se halla entre nosotros? Cuando los seres humanos se vuelven arrogantes y codiciosos además de negligentes y se niegan a casarse y, si lo hacen, a criar apenas a uno o dos de los muchos hijos que nacen con idea de conservarles la riqueza y criarlos confortablemente, el mal crece rápidamente de forma inadvertida. Si hay uno o dos, cuando al primero lo arrebata la guerra y al segundo la enfermedad que acecha, está claro que las casas se quedan por fuerza vacías y como los enjambres de abejas, del mismo modo las ciudades, sumidas en la pobreza, en breve tiempo pierden su vigor.
Polibio, XXXVI 17.5-8.

domingo, 15 de enero de 2012

Nuestra tierna Infanta.

Las andanzas financieras del señor Urdangarín se han convertido en una fuente inagotable de noticias. Un día tras otro los titulares en primera plana de algún periódico de cobertura nacional nos ilustran sobre nuevos detalles del tinglado empresarial del señor duque de Palma. Tinglado empresarial que ha venido utilizando para  eso que en términos coloquiales llamamos forrarse. Ganar dineros a espuertas en el mundo de los negocios no es recriminable en si mismo, e incluso podría ser una muestra de bien hacer empresarial. El hecho de que don Iñaki haya obtenido sus beneficios con métodos poco ejemplares, como diría la Casa del padre de su señora esposa, alejan su figura del prototipo de empresario modelo y la sitúan en el centro de un patio de Monipodio, aunque con notable desventaja ética del señor duque frente a unos personajes cervantinos marcados por la miseria y la ignorancia. Pero, incluso si la justicia llegase a considerar delictivos sus manejos, nada en ese triste asunto tendría gran relevancia para un  país en el que muchos gobernantes, políticos, banqueros, empresarios, deportistas, sindicalistas y un largo etcétera de ciudadanos diverso, compiten por defraudar, estafar, y robar de todas las formas posibles sin el menor reparo ni sonrojo. Es el hecho de ser marido de la Infanta Cristina lo que ha dado a las actividades del señor Urdangarín sus tintes de gran escándalo merecedor de las primeras planas de diarios y revistas. Pertenecer a la familia del Rey tiene, como casi todo en la vida, una cara buena y una mala. La cara buena ha permitido a un señor de muy dudosa preparación intelectual gozar de un nivel económico y de una posición social a todas luces envidiables. La cara mala ha hecho que, una vez levantada la liebre de sus pifias mercantiles, los medios y la opinión pública lo hayan juzgado y condenado sin tener en cuenta la tantas veces invocada presunción de inocencia. La opinión pública, sorprendida y ofendida por la impudicia de sus acciones, lo ha juzgado de una forma implacable y ha emitido ya un veredicto de culpabilidad; veredicto que el señor duque ha propiciado con sus oscuros silencios. La suerte está echada  y, en prisión o en las playas de Cacún, don Ignacio Urdangarín será siempre para la mayor parte de los españoles un prototipo de sinvergüenza.
Pero son muchos los que, la vista de las dimensiones que ha ido adquiriendo el asunto, se preguntan por la implicación que haya podido tener la Infanta Cristina en los tejemanejes de su marido. Hasta ahora la mayor parte de los medios han optado por aceptar como dogma de fe la supuesta ignorancia de la hija del Rey en todo lo relativo a los negocios de su marido. Una ignorancia que no concuerda con el hecho de que el matrimonio comparta al cincuenta por ciento la propiedad de una de las empresas implicadas en las turbias manipulaciones del dinero público y con que la firma de doña Cristina aparezca en algunos documentos de relevante interés para la investigación de los hechos. Se está queriendo presentar a la Infanta como una persona en todo ajena a los asuntos económicos, como si en lugar de ser una mujer adulta doña Cristina estuviese todavía en su más tierna infancia, o como si fuese una "maruja" incapaz de entender de números. ¿O quizás pretendan algunos que la veamos como una mujer tan enamorada que encaja de lleno en la arcaica categoría de "hembra boba, sumisa y adorante que pasa por todo"?
Seamos sensatos, doña Cristina de Borbón y Grecia no es boba ni es inmadura, doña Cristina es una mujer adulta que tuvo una esmeradísima educación, una mujer adulta que trabaja en una entidad financiera, una mujer adulta que ha podido tener siempre a su disposición los mejores asesores financieros y fiscales del país.
No. Doña Cristina de Borbón no es una "tierna Infanta" y, al margen de sus responsabilidades legales, el sentido común debería indicarle que tiene que renunciar a los derechos de sucesión a la Corona  para ella y para sus hijos.  La necesidad es más que evidente; Ningún español quiere tener un "rey Urdangarín", bastantes inquietudes les producen los Borbones.

viernes, 13 de enero de 2012

Días de caviar y coca.

Pocos españoles de bien habrán dejado de sentir repugnancia al oír una y otra vez en los noticiarios de radio y televisión la voz gangosa de Ricardo Costa Climent diciéndole a Álvaro Pérez, conocido como en el mundo de la basura y la podredumbre como el Bigotes, "necesito cien gramos de caviar...   para la cena de nochebuena".  Estas líneas  las escribe alguien que se encuentra entre aquellos que no pueden ni podrán comprender jamás que un partido político, en este caso el Popular,  admita en sus filas, confíe puestos de responsabilidad y, llegado el caso, proteja, a individuos que, en cuanto abren la boca, son fácilmente encajables en la categoría de los seres babosos y rastreros. Pero el señor Costa no está solo en el mundo de la inmundicia. El juicio que se desarrolla en Valencia está siendo demoledor para los encausados y, tras las declaraciones de los testigos y la audición de la grabaciones, es difícil entender como el señor Camps pudo llegar a ocupar la presidencia de la Generalidad valenciana. Está quedando claro que el señor de los trajes carece, no solamente del mínimo de integridad exigible para alcanzar tan alta magistratura, sino también de la inteligencia necesaria para saber lo que, en su propio beneficio, le hubiese convenido hacer una vez desencadenado el lastimoso affaire de su fondo de armario. Nadie sensato piensa hoy que la falta de ejemplaridad, que diría la Casa del Rey, de los señores Camps y Costa se haya limitado a recibir regalos de mediano valor y dudoso origen a cambio de nada. Fuere el que fuere el resultado del juicio, la sombra del cohecho, del enriquecimiento ilícito, de la financiación ilegal del partido, de la corrupción en el más amplio de los sentidos, tardará mucho tiempo en abandonar a los políticos del PP valenciano, que se empeñaron en defender lo indefendible impulsados seguramente  por ese "espíritu de cuerpo" que tan extendido está entre nuestros políticos y que tanto daño ha hecho y hace al país.
Pero lo que más entristece a muchos es saber a ciencia cierta que ninguno de los partidos políticos que dicen servir el buen gobierno de nuestras instituciones resiste el más somero análisis de su gestión sin tener que repartir previamente pinzas para la nariz. Los "cien años de honradez", que según los miembros del PSOE eran la garantía que presentaba su partido en 1977, fueron el preludio de cuarenta años en los que la corrupción ha sido la constante identificadora de los gobiernos del puño y la rosa. La Cruz Roja, el Boletín Oficial del Estado, RENFE, la Guardia Civil, fueron algunos de los organismos en los que los gestores colocados por Felipe González nos dieron unas lecciones magistrales del arte de las mangancias y los latrocinios. Los negocios de "el henmamo de su henmano" dieron al traste con cualquier pretensión que pudiera haber tenido Alfonso Guerra de pasar "limpio" a la historia. Pero quizás seamos los andaluces los que hemos tenido que contener las arcadas  más veces. Los cuarenta años de gobierno socialista en nuestra comunidad han estado jalonados por mil escandalosos asuntos que ni siquiera el poder omnímodo del régimen, encabezado durante una eternidad por mi paisano Manuel Chaves, pudo evitar que saliesen a la luz. El heredero de Chaves, el muy anodino señor Griñán, está pasando los últimos meses de su reinado chapoteando en el fango de los ERE, de los negocios del Clan Chaves y de los mil asuntos sucios de los munícipes socialistas. Nadar en ese cúmulo de basura no debe ayudarle a conciliar el sueño, pero lo que quizás le esté obligando a  tomar cada noche una buena cantidad de somníferos es el salto a la luz pública del asombroso negocio del antiguo Director General de Trabajo de la Junta, Francisco Javier Guerrero, y  su chofer, Juan Francisco Trujillo. El glorioso y afamado director general de los ERES, que durante una decena de años manejó con la liberalidad de un Craso muchos millones de euros del erario público en beneficio de sindicalistas y amiguetes diversos, concedió a su conductor "subvenciones fáciles" por más de un millon de euros  y luego los dos compartieron  amigablemente la cocaína y otras "delicias" compradas con tan honorables dineros. El asunto es tan repugnante que hasta el más infame de los socialista no podrá dejar de sonrojarse cada vez que vea los titulares de los periódicos.
Triste país el nuestro que, tras cuarenta años de "democracia", solamente ha conseguido llegar a estos alegres "días de caviar y coca".