jueves, 29 de diciembre de 2011

Las cuentas de Su Majestad: En picos, palas y azadones....

De acuerdo con la Constitución, la Casa del Rey recibe anualmente una nada despreciable asignación dineraria a cargo de los presupuestos generales del estado. Y de acuerdo también con la Carta Magna, S.M. el Rey puede disponer libremente de lo asignado a su casa sin obligación de rendir cuentas del destino de esos caudales ante ningún organismo fiscalizador. Esta ausencia de control de unos dineros salidos de los bolsillos de todos los españoles es uno de los muchos disparates que trufan nuestra ley de leyes. Situar al Rey por encima del bien y del mal no es algo que guste a ningún español y contribuye notablemente a dar solidez a los argumentos, no siempre insensatos,  con los que muchos reclaman el advenimiento de la Tercera República negando legitimidad a la vigente monarquía y equiparando a la familia real con una panda de gorrones irresponsables.
Tras treinta años de un oscurantismo "plenamente constitucional" en los que el destino de esos dineros ha sido un secreto secretísimo, y a raíz de las "poco ejemplares" aventuras empresariales del señor duque de Palma,  la Casa del Rey, sin duda abochornada por sus injustificables silencios ante los desvaríos legales del "yerno de S.M.", tuvo a bien anunciar a bombo y platillo que antes de final de año se harían públicas las partidas que conforman el presupuesto, aunque no se darían detalles de los gastos personales de los  miembros de la familia real. Como lo prometido es deuda y nobleza obliga, los tan esperados números se hicieron públicos  y todos los ciudadanos se han lanzado sobre los periódicos  para matar el gusanillo de una curiosidad no siempre exenta de morbo. La desilusión ha sido enorme.
Cuentan que, tras las victoriosas campañas en Italia que le hicieron pasar a la historia como el Gran Capitán, don Gonzalo Fernández de Córdoba se sintió terriblemente ofendido por la "mezquina pretensión" de Fernando el Católico de hacerle rendir cuentas de los gastos de sus campañas, y, a modo de protesta, le envió un memorando con sus famosas cuentas: "En picos, palas y azadones he gastos cien mil millones....."  En la ocasión que nos ocupa parece que ha sido el monarca el que se considera ofendido por tener que dar cuentas del destino del dinero y con una falta de seriedad impropia de su noble cuna,  responde a la demanda del pueblo soberano con respuestas del estilo de:"En gastos de personal, cuatro millones de euros....", "Como asignación a las mujeres de mi familia,  trescientos setenta mil euros ....."  "Para gastos imprevistos doscientos mil euros... ", En gastos de representación, míos y de mi heredero, doscientos veinticinco mil  euros.." etc. etc.
Si increíble parece la ridícula pretensión de que la publicación de unos cuantos  números sobre los grandes capítulos del presupuesto suponen rendir cuenta de los gastos de la Casa Real, más increíble aún es la asombrosa unanimidad con la que la mayor parte de los  medios  y de los  agentes sociales han dado por buenas las cuentas y han alabado el "generoso proceder del Rey". Parece que, en lugar de ciudadanos, en el país solamente existiesen súbditos obedientes y cortesanos agradecidos. Bien harían algunos en meditar sobre el flaco favor que  la ausencia de críticas por parte de los que dicen defenderla hace a la credibilidad y legitimidad de la institución monárquica.

viernes, 23 de diciembre de 2011

En loor del fumador.

Los humanos somos poco dados a aceptar de buen talante que se  nos retiren derechos, se nos prohíban usos o se discutan nuestras tradiciones. La historia es pródiga en ejemplos de las grandes dificultades que suelen entrañar para los gobernantes los intentos, generalmente amparados en motivos muy loables, de hacer desistir a sus gobernados de algunos hábitos  más o menos reprobables y más o menos inveterados.
Sería maravilloso poder conocer los pensamientos que rondaba por la cabeza del  muy ilustrado don Leopoldo di Gregorio cuando, en los primeros días de abril del año 1776, embarcaba en el puerto de Cartagena rumbo a Nápoles. Seguramente el señor marqués de Esquilache, Squilacce en su italiano natal, estaría intentando digerir el que un vulgar tumulto protagonizado por el populacho de Madrid le hubiese hecho perder el favor de Carlos III y lo obligase a abandonar España.
Aquel afamado motín, que logró que el título de don Leopoldo haya estado desde entonces entre los más populares de nuestro país, tuvo su verdadero origen en la desesperación del pueblo por la carestía del pan, desesperación que fue convenientemente instrumentalizada contra el marqués por los intrigantes de palacio, pero fueron las ordenanzas que prohibían el uso de chambergos y capas largas las que actuaron como detonantes y desencadenaron la ira del populacho contra el todopoderoso ministro del rey. Las víctimas más directas de la algarada fueron un par de docenas de soldados de la odiada Guardia Valona, que pagaron con la vida el cumplir con su obligación de defender el Palacio Real; el populacho madrileño, como anticipo de un comportamiento que se generalizaría durante la invasión napoleónica, descuartizó y echó a la hoguera a los desdichados guardias que cayeron en sus manos.
Hay que  tener en cuenta que el denostado marqués, que había sido el artífice de las notables mejoras urbanísticas que hicieron que Carlos III pasase a la posteridad como "el mejor alcalde de Madrid", no era el padre de las ordenanzas que intentaban modificar el atuendo popular, su error fue empeñarse en hacer cumplir unas normas, vigentes desde tiempo atrás pero ignoradas por todos, que pretendían impedir que los maleantes escondiesen las armas bajo las capas y los rostros tras los embozos y las alas de los chambergos.
Desde hace muchos años, alcaldes y delegados gubernativos de toda España saben muy bien que cualquier intento de erradicar el consumo masivo de alcohol en la vía pública, consumo masivo que caracteriza a las populares botellonas, suele terminar en alteraciones del orden público (el clímax se alcanzó en los desórdenes acontecidos en  Cáceres en el año 1991).  Se trata las más de las veces de rebeliones que, salvando el hecho de que las muchedumbres desmadradas ya no descuartizan a los guardias, podríamos muy bien equiparar con el motín madrileño que acabó con la carrera española del marqués de Esquilache. Estos motines, que se han plasmado en numerosos enfrentamientos de los bebedores gregarios con las fuerzas de orden público, han logrado que las ordenanzas municipales que intentan combatir las botellonas sean, al menos en un buen número de nuestras ciudades, simples papeles mojados. Poco ha importado, ni importa, a los rebeldes alcoholófilos y a las claudicantes autoridades, que al amparo de los botellonas proliferen riñas con armas blancas que dejan cada año un buen número de muertos y heridos,  y que en ellos se inicien en un consumo desenfrenado de alcohol muchos de nuestros menores.
La resistencia violenta a los intentos de control del consumo de alcohol en la vía pública contrasta con la resignación educada y civilizada con la que los fumadores han ido aceptando los sucesivos envites a su libertad que el furibundo talibanismo antitabáquico ha ido propiciando al amparo de criterios sanitarios no demasiado científicos y a imitación del pseudopuritanismo anglo americano. Expulsados del interior  de bares y restaurantes, los sufridos consumidores de Ducados y L&M componen escenas  patéticas en las inefables terrazas improvisadas a las puertas de los establecimientos. Soportando el frío, el viento y la lluvia, aquellos que fueron siempre los más fieles y rentables clientes de la casa, contemplan por las ventanas unas barras medio vacías a las que ellos  no tienen acceso por estar reservadas para los enemigos del humo, que muchas veces brillan por su ausencia.
Es cierto que el consumo de tabaco no es recomendable, es cierto que la relación del tabaco con la EPOC y con el cáncer está claramente establecida, es cierto que en locales mal ventilados el humo del tabaco es inaceptable. Pero entre todo ello y la histeria del "fumador pasivo" que ha conducido a las prohibiciones actuales, media el derecho a gozar de esa libertad que permite a cada humano aceptar voluntaria y conscientemente los riesgos  que conllevan una buena parte de sus actividades. sean estas laborales, deportivas o lúdicas. Sería maravillo que los enemigos del humo se mostrasen tan respetuosos con los derechos de los fumadores como respetuosos han sido ellos con unas normas que, con motivaciones pretendidamente sanitarias,  han cercenado sus libertades.

martes, 20 de diciembre de 2011

Patria y Patriotismo. Emilio Díaz Rolando

Entrada tomada prestada del  blog de Emilio. "Libro de Cuentas"
Conceptos como Patria y Patriotismo suelen precisar de las mayúsculas. Los hunos hinchan su pecho mientras la mente se empina hacia el ondear de las banderas y los héroes, hacia la divinidad protectora y el humo de la pólvora que la difunde, hacia el dulce vino del pasado glorioso. Los hotros, aunque abominen aparentemente de conceptos tales, retienen también su simbología y sus ansias. Presumen de sus banderas, sus divinidades, sus héroes, el humo de sus pólvoras y la esperanza embriagadora de un futuro en Utopía. Da igual sentirse Luz de Trento que Faro Iluminador de la Alianza de Civilizaciones. Y a ti que se antoja que ser patriota es no tirar un papel en la calle, firmar un contrato consciente de que tu honor va en cumplir hasta la última letra de su contenido. Sin más. A ti te gustaría pensar que ser patriota es ver en tu vecino un ser al que respetar, no un enemigo al que batir con tus preferencias musicales o tus aficiones a la carpintería; que ser patriota es no cobrar el subsidio de paro mientras ganas el triple haciendo chapuzas a todas horas. Querrías creer que amar a la Patria no es coger un fusil y matar enemigos (que se debería hacer si fuera preciso), sino cuidar ese parque, recoger las defecaciones de tu perro y presumir, luego, ante el foráneo de que tu ciudad, tu barrio, son los más hermosos, los más limpios, los más acogedores del mundo. Anhelarías confiar en que ser patriota es salir a los campos de tu Patria y recoger minuciosamente tus desperdicios, es pagar tus impuestos y no llevarte la chuleta al examen. Soñarías, en fin, con ser patriota como los suizos, que dejan los periódicos en plena calle junto a una latilla con monedas. Todos pagan y todos recogen, si es preciso, el cambio justo. Sin más. Qué emoción entonces cuando oyeras tu Himno y vieras ondear tu Bandera. Qué orgullo de Patria.

lunes, 19 de diciembre de 2011

El síndrome austriaco

Ahora, cuando todos queremos creer en el final del terrorismo de ETA y en un futuro sin víctimas ni victimarios, llega el momento de mirar hacia atrás, sin ira pero sin ceguera, para intentar comprender el pasado y presente de la sociedad vasca y para poder entrever su  futuro. Quizás el hecho que más llama la atención en el comportamiento de los dirigentes políticos que ostentan la representación de la mayor parte de la población de las tres provincias sea el afán de crear un caldo común en el que todos los que deberían sentir vergüenza por sus actos: asesinos, cómplices de los asesinos, jaleadores de los asesinos, indiferentes ante los asesinos; se unan a los  muertos, a los mutilados, a los heridos, a los amenazados, a los expulsados, a los insultados; para formar la nueva categoría de "víctimas de la violencia". Esa categoría  se extiende como una gigantesca ameba y poco a poco va englobando a la totalidad de la sociedad vasca. ¡Todos los vascos han sido víctimas de la violencia!; afirman con perseverancia los dirigentes del PNV, del PSE, de Ezker Batua  y de esos otros  que se llaman a sí mismo abertzales. Las  almas bienintencionadas posiblemente los crean  al considerar que, de una o de otra forma, cincuenta años de monstruoso terrorismo han debido afectar a todos. Eso es cierto. Pero ¡Ojo! ¡No  nos confundamos! Ese victimismo colectivo que se postula con tanta insistencia es solamente un intento de cubrir el pasado con una muy conveniente amnesia. El País Vasco se prepara para adoptar "el síndrome austriaco" como única manera de lograr que una buena parte de sus habitantes puedan mirarse al espejo sin sentirse indignos.
Desde la derrota de  Alemania en 1945 los austriacos prefieren no hablar de la guerra, y en caso de tener que hacerlo ponen por delante, de forma unánime, la condición de "primera víctima del nazismo" que, en la declaración de Moscú de 1943, los aliados concedieron al país a cambio de su futura neutralidad y del compromiso de entregar a la justicia los criminales de guerra. Si hubiésemos de creer lo que cuentan los austriacos, los únicos responsables de lo acontecido durante la guerra fueron los  nazis alemanes que controlaron el país desde su anexión al Reich, y ellos fueron solamente víctimas. Los pacíficos habitantes del país alpino prefieren olvidar que la anexión al Reich se hizo con la colaboración de un poderoso partido nazi austriaco, que las tropas alemanas no encontraron la menor resistencia cuando ocuparon el país, que la mayor parte de la población austriaca aceptó la anexión sin problemas y que muchos fueron los que colaboraron, y los demás callaron, en la persecución, deportación y exterminio de judíos, de gitanos, de comunistas y de cuantos  sufrieron el anatema nazi. Lo más triste es que esa interpretación farisea de la historia ha llegado a convertirse en dogma de fe para el común del pueblo austriaco.
No hemos de tardar mucho en ver como únicamente se escuchan en España las voces  infatuadas que proclaman a todos  los vientos que  lo acontecido fuera y dentro del País Vasco fue culpa del conflicto político causado por la sinrazón de España y Francia y que el pueblo vasco solamente ha sido la gran víctima. Se obviarán los cientos de asesinatos de ETA,  se potenciará el eclipse de los que sufrieron el terror en sus carnes, se negarán las cosechas de nueces del PNV, se silenciará cualquier alusión a la repugnante cobardía de los que vieron impasibles como se perseguía y se asesinaba a sus vecinos. En esa confortable visión del pasado, que se extiende como una mancha de aceite dentro y fuera de las vascongadas, solamente existirán las "víctimas de la violencia" y si alguno se atreviese a preguntar por el destino de los verdugos se le acusará de boicotear la paz. ¿La paz de los cementerios?

jueves, 15 de diciembre de 2011

Las reglas del juego.

Cuando reflexionan sobre las causas de la incapacidad de los españoles, incapacidad bien acreditada a lo largo y lo ancho de nuestra historia reciente, para convivir en paz y armonía, la mayor parte de los historiadores, sociólogos y demás expertos interesados en el asunto suelen centrar su atención en esos elementos que se han dado en llamar "hechos diferenciales de las nacionalidades y regiones del Estado Español" y, de forma más o menos explícita, proponen como solución del problema la disolución de los elementos integradores que, desde sus orígenes, han conformado España. Una disolución que se logra mediante el sencillo expediente de profundizar y acrecentar todo aquello que diferencia a andaluces de catalanes, a castellanos de gallegos, a vascos de catalanes, a gallegos de andaluces, etc.etc. etc. Amparados en esas premisas, que subyacen desgraciadamente en el fundamento de nuestro estado de las autonomías, los nacionalismos, secesionismos, regionalismos, federalismos, confederalismos y otros sistemas de "reconocimientos de nuestra pluralidad" han ido proliferando y han alcanzando unos niveles de fijación obsesiva en el propio ombligo que a cualquier observador externo le deben resultar cómicos o incluso esperpénticos.
Pero no todos los españoles creen que nuestro problema resida en la diversidad, y son muchos los que tienen puestos sus ojos en una curiosa virtud, que quizás sea la cualidad más extendida y homogénea de las que conforman la idiosincrasia nacional: Catalanes, castellanos, vascos, y el resto de los pueblos que se integran en el país, comparten la "tendencia compulsiva a incumplir las normas". Es una obsesión por jugar en fuera de juego que invade todas las facetas de nuestra vida: No creo que exista ningún país desarrollado en el que los automóviles campen a sus anchas por ciudades y carreteras con un desprecio tan absoluto a las normas de circulación como el que nosotros exhibimos. Y podemos estar seguros de que la mayor parte de los turistas que nos visitan contemplan con asombro como los indígenas dejamos con total tranquilidad las bolsas de basura fuera de los contenedores y tiramos al suelo toda clase de desperdicios, sin que tan cívicas acciones provoquen escándalo ni protestas. Y no digamos si, realizando un interesante experimento, intentásemos montar un botellón en alguna plaza de París, Londres o Roma; rápidamente descubriríamos que vecinos y autoridades locales nos harían saber, seguramente con escasa simpatía, que las normas de convivencia cívica hay que respetarlas, y no admiten lo que los hispánicos llamamos interpretaciones flexibles. Pero debemos dejar para otro día el análisis de estos comportamientos "urbanos", ya que no es el objetivo de hoy desgranar las mil y una barbaridades que, toleradas e incluso jaleados por muchos de nuestros gobernantes, agrian la convivencia en los pueblos y ciudades de España.
No escapa a nadie que si la conculcación de las normas por parte de los ciudadanos de a pie enrarece la convivencia entre vecinos, el incumplimiento de las leyes por parte de las autoridades y de las instituciones públicas es la mejor forma de facilitar la labor disgregadora de esos nacionalismos radicales que hasta fechas recientes se sabían en minoría y tenían que moderar sus pretensiones, y de hacer inviable cualquier intento de entendimiento entre las comunidades territoriales. Como muestra de la impenitente tendencia a saltarse las leyes a la torera podemos contemplar algunos de los acontecimientos que hoy ocupan las portadas de los periódicos y los titulares de los noticiarios de la radio y la televisión: Los juramentos solemnes, que en muchos naciones civilizadas son requisitos inexcusables en la toma de posesión de ciertos cargos públicos, no tienen desde hace ya muchos años significado religioso y, de hecho, en algunos países no confesionales en los que impera una indudable libertad religiosa no sorprende a nadie ver a un  político agnóstico, budista o animista jurando su cargo ante un crucifijo, o sobre una biblia. Todos entienden que se trata ceremonias basadas en la tradición que sirven para escenificar el compromiso, al margen de cualquier creencia religiosa, del juramentado con las obligaciones del cargo del que toma posesión. Pero los españoles somos distintos y, desde nuestra elogiada transición política, tuvimos que  adoptar las formulas alternativas de "jurar" y "prometer" para contentar a unos políticos que, con mentalidad decimonónica, eran incapaces de aceptar los formulismo basados en la tradición religiosa del país. Pero ni siquiera esa doble fórmula fue suficiente y pronto llegaron los que, para explicitar su rechazo al sistema, juraban o prometian por "imperativo legal". Tuvo que ser el Tribunal Constitucional, en uno de sus escasos acierto, el que dejase claro que, dado que promesa o juramento eran requisito obligatorio, todos, lo manifestasen en ese momento o no, juraban o prometían por imperativo legal. Con tamaña variedad de fórmulas a su alcance, es imposible comprender el guirigay que nuestros diputados electos han protagonizado durante su toma de posesión. Parece que  muchos de ellos buscaban la manera de mostrar su rechazo a las formas de  uso consensuado, y con ello hacer gala de su exclusiva y excluyente identidad. El Congreso de los Diputados es también el protagonista del segundo de los espectáculos "democráticos"  del día: El reglamento de la Cámara  deja bien claras las condiciones necesarias para formar grupos parlamentarios  y, de acuerdo con ellas, ni los diputados elegidos en las listas de Amaiur ni en las de UPyD reunen los requisitos para hacerlo. El asunto no tendría mayor transcendencia si no fuese por los antecedentes. En anteriores legislaturas ha sido una constante saltarse a la torera el reglamento para permitir que determinados partidos tuviesen grupo propio, al margen de que sus resultados electorales les diesen o no derecho a ello. A esa tradición, que podemos llamar  de la norma flexible, se acogen con toda razón los diputados del partido de Rosa Díaz  y los pseudodemócratas vascos. El PP, con mayoría absoluta en  la mesa del Congreso, es prisionero de los antecedentes y parece buscar, sin encontrala, una fórmula para negar la formación del grupo a los aberzales y permitírselo a los de UPyD. Se trata, sin duda, de una hermosa cuadratura del círculo  y el desencuentro ya está servido. Cualquiera que sea la resolución  que se adopte algunos de sentirán afrentados. Todo sería mucho más fácil si el reglamento se cumpliese siempre. Otro ejemplo de nuestra tragedia nacional lo encontramos en el caso Urdangarín. Todo, en  esa estúpida e infame historia, se nutre de  la facilidad con la que nos saltamos cualquier norma. La Casa Real no parece haber estado muy viva en la vigilancia y control de las actividades de sus miembros y, para muchos, esa ceguera ha sido algo que va mucho más allá  de lo culposo.  El señor duque y los gestores de bienes público, implicados en el escándalo de la "muy lucrativa" fundación y sus múltiples empresas "sin ánimo de lucro", obviaron al parecer todas las leyes que regulan el ir y venir del dinero y por último, y para mayor  divertimento del pueblo llano, los órganos judiciales, la policía y los medios de comunicación se han hecho unos  hermosos sayos con el secreto del sumario. ¡La Jefarura del Estado! ¡el Congreso de los Diputados! ¡los partidos políticos! ¡la justicia! ¡la policía! ¡los medios de comunicación! ¿Alguien cumple alguna norma en esta España de nuestros amores y de nuestros pesares?

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Albricias de la primavera árabe. El Pais.com

ÁNGELES ESPINOSA
La más alta autoridad religiosa de Arabia Saudí ha dictaminado que levantar la prohibición de que las mujeres conduzcan dejaría al país “sin vírgenes” en el plazo de una década. Además, “causaría un aumento de la prostitución, la pornografía, la homosexualidad y el divorcio”.
Sí, ha leído usted bien. Literalmente. Incluso acostumbrados a los desafueros de los ultramontanos religiosos, cuesta dar crédito a esas palabras. Por eso, cuando la prensa británica empezó a hacerse eco del asunto el pasado viernes, opté por hablar con un par de amigas saudíes para asegurarme de que no se trataba de una intoxicación.
“Su lectura me ha hecho sentir sucia y cosificada. Es una verdadera pena que haya sido tomado lo suficientemente en serio como para enviárselo a los miembros de la Shura”, me confía Eman al Nafjan, autora del blog Saudi Woman.
El informe, que el Consejo Supremo de Fetuas (Majlis al-Ifta’ al-A’ala) presenta como un “estudio científico”, no sólo circulaba desde hace días sino que ha sido distribuido entre los 150 miembros del Consejo Consultivo. Esa cámara de designación real (sin facultades legislativas) lleva tiempo planteándose debatir la prohibición de que las mujeres conduzcan en Arabia Saudí, un asunto que singulariza al país como uno de los más retrógrados y desfasados del mundo.

Varios de sus miembros han hablado en público a favor de acabar con ese anacronismo, algo que reclama la parte más liberal de la sociedad, en especial las nuevas generaciones. Así ha quedado claro en la campaña que decenas de mujeres lanzaron el pasado verano cuando, a riesgo de ser detenidas, se pusieron al volante en varias ciudades del país. Y hubo detenciones, e incluso una sonora condena a 10 latigazos a la activista Shaima Jastaina, que quedó anulada con un perdón real.
O eso creíamos hasta ayer mismo, cuando una antigua profesora de Jastaina en Houston (EEUU), donde vivió con su marido entre 2000 y 2009, ha dado a conocer en un artículo en ‘The Atlantic’ que la burocracia siguió su curso. De acuerdo con el relato de Nivien Saleh, la mujer recibió el pasado 12 de noviembre una comunicación judicial en la que se le informa de que será azotada, si no gana el recurso que tiene presentado y cuya vista está prevista para dentro de unos días. Al principio, Jastaina trató de resolver el asunto de forma discreta, pero a la vista de que no lograba resultados, decidió pidió ayuda a Saleh para contar su situación.
La lucha interna entre retrógrados y modernizadores que se adivina tras ese caso parece confirmar que el 'informe' de los clérigos es una respuesta de aquellos ante los gestos aperturistas del rey Abdalá. El pasado septiembre, el monarca decretó que las mujeres tenían los mismos derechos políticos que los hombres (en Arabia Saudí, pocos) y que por lo tanto a partir de las próximas elecciones municipales en 2015 podrán elegir y ser elegidas. Esa decisión llenó de optimismo a muchas saudíes que pensaron que tal vez el derecho a conducir sería el próximo paso.
Los ulemas saudíes, que siguen una interpretación extremista y puritana del islam, contraatacan ahora con este escrito. Su autor, un tal Kamal Subhi, antiguo profesor de la Universidad Rey Fahd, señala que en otros países islámicos donde las mujeres conducen puede verse ya el “declive moral”. Como ejemplo, describe que estaba sentado en una cafetería de un país árabe (que no identifica) y que todas las mujeres le miraban. “Una de ellas me hizo un gesto que dejaba claro que estaba disponible. Esto es lo que pasa cuando se permite conducir a las mujeres”, concluye Subhi.
“No es la primera vez que un estudio de esta clase, carente de toda objetividad y metodología científica, se publica para demostrar que los derechos de las mujeres son una plaga para la moralidad pública”, desestima la escritora y feminista saudí Iman al Qhatani. Asegura que “los y las jóvenes están criticando el texto en Twitter y ya no hacen caso de ese sinsentido como antes”.
Tal vez tenga razón. Pero la mera existencia del dictamen constituye un insulto a la inteligencia. Mientras las autoridades acepten impasibles que alguien pueda difundir despropósitos similares, hay escasas esperanzas de que las saudíes puedan conducir.

domingo, 4 de diciembre de 2011

PSE. El PSOE vergonzante, o las verguenzas del PSOE.

PSE-EE-PSOE. Bajo esta indescriptible sopa de letras se esconde, por razones difícilmente explicables, la federación vasca del Partido Socialista Obrero Español, o lo que es lo mismo, una de las organizaciones socialistas españolas de trayectoria más comprometida con el movimiento obrero y con la lucha antifranquista, con un historial que abarca desde la última década del siglo XIX hasta el advenimiento de la democracia.
Fue al final de los años setenta del pasado siglo cuando los dirigentes vascos del PSOE,  en una primera cesión ante la presión nacionalista, decidieron cobijarse en la moda "euskaldun"  y adoptar el término Euskadi como sustituto  de País Vasco,  pero además, para poder preterir vergonzantemente el  adjetivo "español", decidieron anteponer "Partido Socialista de Euskadi" al  tradicional PSOE. Todo ello se hizo con el visto bueno de los órganos federales del partido y en aras de la diversidad del "Estado español". Ya estaba en marcha el PSE-PSOE. Un segundo estadío de la desvirtuación del PSOE vasco, y de su aproximación al mundo nacionalista,  llegó cuando en 1993 se decidió la fusión con Euskadico Eskerra, un partido de ascendencia "abertzale" muy próximo a la extinta ETA político militar. Desde entonces el partido, oficialmente llamado PSE-EE-PSOE, es conocido por propios y extraños como PSE.  Y desde entonces,  en todos los asuntos en los que la unidad de España ha podido suponer controversia o polémica, la ambigüedad ha ido creciendo y convirtiéndose en el distintivo de los socialistas vascos.
No todos los dirigentes vascos del PSOE ha comulgado con la creciente adscripción de su partido al movimiento nacionalista, pero aquellos que se han enfrentado a esa corriente "políticamente correcta", como fue el caso de Nicolás  Redondo Terreros, han visto como su vida política sufría una rápida y anunciada "muerte súbita" . 

Del verbo del señor Guerra.

En la última campaña electoral lo más "granado" del partido socialista arropó al candidato Rubalcaba en un multitudinario mitin celebrado en Dos Hermanas. Fue aquella una reunión de viejas glorias en la que el ambiente alcanzó el clímax durante la brillantísima intervención de don Alfonso Guerra. Continuamente interrumpido por las aclamaciones de los asistentes, el "henmano de su hermano" se sumergió en un viaje al pasado el que su mente parecía a caballo entre un ataque de delirium tremens y el mundo del LSD. Fueron unos minutos verdaderamente gloriosos y afortunadamente para nuestra civilización el discurso del prócer socialista se conserva íntegramente en la red, con lo que la UNESCO no tendrá problemas para incluirlo en el Patrimonio inmaterial de la humanidad. La pieza oratoria fue tan singular que creemos que todo aquel que sea capaz de aguantar el desatino infinito sin morir de risa o de indignación debería dedicar veinte minutos de su vida a solazarse con un verbo indudablemente irrepetible. (http://www.youtube.com/watch?v=hq104fbGFIE).