lunes, 18 de junio de 2012

DE ESPAÑA (HOY)

Del blog de Emilio Díaz


La contemplación de las celebraciones por el Jubileo de la reina Isabel II en Gran Bretaña te ha provocado reflexiones. Tales espectáculos son imaginables en España sólo por motivos religiosos o deportivos. Obvias los segundos porque son de antes de ayer. Lo religioso, sin embargo, tiene dos mil años. La esencia de España es el catolicismo. El catolicismo marcó la identidad de la vieja Hispania desde tiempos tardorromanos y visigóticos. Hay otros países en los que el catolicismo es históricamente fundamental. Portugal, Polonia, Italia, Francia, Irlanda, Hungría, Austria, Baviera. Pero ninguna de estas naciones hubo de enfrentarse durante ochocientos años a la amenaza de otra civilización que pretendía erradicarlo de sus tierras. Quizá Polonia o Irlanda pueden equipararse. Pero mientras en éstas el catolicismo fue resistencia ante la derrota y la miseria, en España el catolicismo pasó pronto de ser foco de rebeldía a estandarte del triunfo. El catolicismo surtió, así, de combustible el espíritu de todos los pueblos de la península durante los tiempos de recuperación de las tierras arrebatadas por la morisma. Los reinos podían tener sus tradiciones y sus dialectos del latín, pero la fe los unía. La reforma protestante solidificó con Trento los lazos que ataban a las gentes de España. Los aragoneses, castellanos y navarros podían tener sus discrepancias, pero la derrota del hereje los mantenía en un mismo objetivo. Las monarquías pudieron ser durante milenios más o menos absolutas, pero su apoyo en la Iglesia Católica les dotaba de la solidez necesaria para su sustento. En las Españas no hubo una cohesión entre el trono y el altar, sino un altar que servía de cimiento y ornato al trono. Tan potente era este rasgo de identidad que los ilustrados españoles nunca renunciaron al catolicismo ni atacaron a la Iglesia. Incluso contaron con clérigos entre sus filas.

1 comentario:

  1. Quizás en la pérdida del sentido religioso de nuestra existencia esté el origen de la imparable disolución de los lazos que unian a los españoles. ¡Triste la nación que solamente en el altar tiene su razón de ser!

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