viernes, 29 de julio de 2011

Los dineros de todos

La penuria económica de los tiempos que vivimos tiene su expresión diaria en los dimes y diretes con los que gobierno central y gobiernos autonómicos (lo lógico sería llamarlos gobiernos regionales) camuflan sus peleas a "cara de perro" por manejar el dinero de los españoles. Los tiempos del dinero para todos han pasado y está claro que los alemanes no están dispuestos a seguir pagando los derroches y lujos de las múltiples y poco eficientes administraciones de este reino que todavía llamamos España. De día en día, es cada vez más frecuente el que políticos, politólogos, comentaristas y otros profetas del pasado, nos hagan llegar sus sesudas reflexiones  sobre la inviabilidad de nuestra estructura autonómica. Envueltas en una aparente honestidad e incluso revestidas de un patriotismo posmoderno, esas reflexiones suelen esconder intereses cuando menos dudosos. Los patriotas catalanes y vascos retrotraen el problema a aquel "café para todos" que estuvo en el origen de la actual forma del estado; según ellos la solución estaría en dar marcha atrás en las competencias asumidas por las regiones volviendo a centralizar la mayor parte de ellas ¡Salvo las de las "comunidades históricas", claro está! Los políticos de los partidos que llamamos nacionales, en el País Vasco los llaman constitucionalistas,  se mueven entre los que les dicta el sentido común, las autonomías no son viables en su forma actual,  y lo que el interés de sus organizaciones exije, muchos dineros a manejar y muchos puestos en la administración para colocar a sus militantes. Unos y otros siguen hablando de la necesidad de reformar la estructura del estado, pero unos y otros siguen peleando por los trozos del pastel administrativo-autonómico.  Los ciudadanos que no comen de la política ni de la politología contemplan con asombro, y a veces con desesperanza, la verbena de vacuidades de nuestros dirigentes, verbena en la que la facundia es la unica virtud observable.  La indignación de muchos españoles es tanta que los más viejos del lugar se sienten inclinados a añorar los tiempos de la oprobiosa.

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