sábado, 11 de febrero de 2012

La ofensa nacional.

La facción más estúpida, pueblerina e inculta de la sociedad española está indignada con Francia y con los franceses. Vociferantes de todos los colores políticos han asaltado las páginas de los periódicos y los micrófonos de radios y televisiones para denunciar el ultraje a la "honra nacional" perpetrado por una emisora de televisión de allende los Pirineos. ¡La ofensa ha sido terrible! Con la excusa de la condena del ciclista Contador por un asunto de doping, un programa de humor en televisión, Los Guiñoles de Canal Plus, ha hecho objeto de sus sátiras a lo más granado de nuestro deporte, insinuando que sus triunfos internacionales se deben a los estimulantes. ¡Muerte al gabacho! Claman algunos. Pero la indignación no solamente ha ofuscado los cerebros del pueblo llano. Llevado no sé si por su propia incultura o por un populismo trasnochado, el gobierno de nuestra triste España ha unido sus protestas a las del coro de “humillados nacionales” y anuncia la presentación de quejas y reclamaciones ante las autoridades galas.
Me asombra la sensibilidad de las muchedumbres hispánicas ante las burlas más o menos acertadas y elegantes que han sufrido algunos deportistas famosos. Debe tenerse en cuenta que estamos hablando de profesionales extraordinariamente bien pagados que, si se consideran ofendidos, tienen medios más que suficientes para defenderse y reivindicar sus derechos en todos los foros, sin más cortapisas que las establecidos por las leyes. Me asombra la tendencia a considerar a los deportistas como depositarios del honor nacional y a convertirlos en “intocables”. Me asombra que los mismos españoles que no soportan que, ni siquiera en clave de humor, se dude de la honorabilidad de Contador, Nadal, Casillas, y tantos otros “héroes deportivos“, acepten sin la menor protesta el que propios y extraños ofendan gravemente a los jueces del Tribunal Supremo llamándolos fascistas y acusándolos de prevaricación. Me asombra que muchos de esos españoles parezcan disfrutar cuando en algunas publicaciones extranjeras se ponen en duda la solvencia y la honradez de nuestros tribunales. Me asombra que, pese a un panorama así, algunos sigamos sintiéndonos orgullosos de ser españoles.

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