miércoles, 25 de enero de 2012

El poder y la gloria.

Con un punto de rubor he tomado prestadas a Grahan Greene las palabras que sirven de entrada a estas líneas. Unas palabras que fueron utilizadas por el gran escritor americano para titular la más famosa de sus novelas, “The power and the glory”.
Me han llenado de preocupación las imágenes que las televisiones nos están ofreciendo sobre el desarrollo de los juicios al juez Garzón  y sobre los espectáculos que los seguidores del magistrado protagonizan en todos los foros y ante todas las audiencias. Creo que lo que podrían haber sido sanos posicionamientos jurídicos, o incluso ideológicos, ante unos hechos opinables, está derivando por unos derroteros que se alejan cada vez más de la racionalidad y del respeto a las instituciones.
Es absolutamente normal, preceptivo diría yo, que las defensas no estén de acuerdo con las conclusiones de la instrucción y que dediquen todos sus esfuerzos a rebatirlas, pero no es frecuente que el procedimiento para ello sea la descalificación inclemente del instructor. La dureza empleada por el abogado defensor de Garzón en la causa de “los crímenes del franquismo”, Gonzalo Martínez Fresneda, para con el magistrado Luciano Varela, se aleja mucho de la cortesía que suele imperar entre los abogados en sus relaciones con jueces y magistrados, pero, a fin de cuentas, encaja en el cometido propio de un defensor. Mucho más inusual parece la actuación del fiscal Luis Navajas. Es sabido que el representante del Ministerio Público no ha visto delito en las actuaciones de Garzón y postula su libre absolución y, en consecuencia, era de esperar que su intervención se mostrase favorable al magistrado. Pero lo que no era previsible es que, haciendo honor a su apellido, el fiscal Navajas acuchillase al instructor con una dureza que no creo haya tenido precedentes en toda la historia del Tribunal Supremo.
Pero no ha sido únicamente en las salas de vistas donde se están produciendo situaciones sorprendentes. No es frecuente que un fiscal, ni siquiera un fiscal jubilado, arremeta contra el Tribunal Supremo acusando a sus jueces de ser “instrumentos de la actual expresión del fascismo español”. Es cierto que el fiscal Carlos Jiménez Villarejo mantuvo durante toda su vida activa un posicionamiento ideológico muy próximo  al ala izquierda del arco político, pero nadie había dudado nunca de su integración en el sistema judicial ni de su profesionalidad; por lo que sus exabruptos producen perplejidad a muchos españoles.
Menos sorprendente ha sido el posicionamiento de nuestros ínclitos comunistas de cabecera, comunistas vergonzantes desde luego, Gaspar Llamazares  y Cayo Lara, que nunca han dudado en tomar partido por cualquiera que se enfrente al orden establecido, sea ETA, Izquierda Republicana de Cataluña o un nuevo rey mago. Para don Gaspar y el señor Cayo, descalificar el Tribunal Supremo no conlleva ningún problema de conciencia.
Esperada, pero no por ello menos deplorable, ha sido la intervención de los representantes de esas ONGs que pretenden tener en lo moral el mismo poder que las agencias de calificación han logrado en lo económico. Pretenden estar por encima de leyes y gobiernos, y se consideran con derecho a declarar “dogma de fe” lo que no son más que sus posicionamientos éticos. Posicionamientos que pueden ser perfectamente legítimos y acertados muchas veces, pero que no por ello dejan de ser cuestionables en otras ocasiones. En las interpretaciones que Human Rights Watch, Amnistía Internacional, la llamada Comisión Internacional de Juristas, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y otras organizaciones mejor o peor intencionadas, hacen de las causas abiertas a Garzón, llama la atención el hecho de que todas ellas cuestionan, en mayor o menor elegancia, la solvencia y la ecuanimidad de los jueces del Tribunal Supremo. Y las cuestionan sin más argumento que dar por hecho la existencia de una conjura de la extrema derecha contra el juez.
A lo largo de todo el affaire, el partido socialista y el gobierno de Rodríguez Zapatero, haciendo bueno lo de  pelillos a la mar con el asunto de “el señor X”, han apoyado discretamente a Garzón, preferentemente dando soporte económico  a las muchas asociaciones que han proliferado al calor de esa tan traída y llevada memoria histórica que tan querida resulta a don José Luis. Pero no han sido pocos los socialistas de pro que se han manifestado públicamente en la misma línea que los próceres de Izquierda Unida.
Lo que no escapa a muchos es que nuestro juez estrella está triunfando plenamente en su camino de ascensión al Olimpo. Sean las que sean las sentencias que se dicten en los procesos en que está incurso, don Baltasar recibirá de sus incondicionales los laureles del triunfo, ya sea como “víctima inocente del fascismo” o como “heroico vencedor de los enemigos de los derechos humanos”. Quien en un tiempo fue un paradigma de laboriosidad y discreción lleva ya años cubierto con el manto de la contemplación egocéntrica. Pero desde que, gracias a sus incursiones en la justicia universal y a su militancia en lo que podemos llamar anti franquismo retrospectivo sobrevenido, logró el aplauso de ese variopinto mundo que con tanto ardor lo jalea, sus desvaríos han  alcanzado las más altas cotas. Basta contemplar su solemne figura y lo ampuloso de sus gestos para percibir lo profundo de su egolatría, lo descomunal de su endiosamiento. El juez Garzón se considera por encima del Tribunal Supremo, no se cree sujeto a ninguna de las leyes que deben acatar el resto de los españoles. El juez Garzón está convencido de que sus razones son la verdad y la vida y de que quien se oponga a ellas debe ser anatema.
Deberían  tener en cuenta el señor  magistrado y sus corifeos que lo que ahora parece a algunos un acontecimiento histórico no será más que un destello fugaz en el devenir de los tiempos y que los héroes de de hoy suelen ser los juguetes rotos de mañana. Más le valdría a don Baltasar Garzón tener un momento de lucidez en sus ensueños y darse cuenta que no se referían a él aquellas palabras, “...tuyo es el reino, el poder y la gloria...”

No hay comentarios:

Publicar un comentario