domingo, 15 de enero de 2012

Nuestra tierna Infanta.

Las andanzas financieras del señor Urdangarín se han convertido en una fuente inagotable de noticias. Un día tras otro los titulares en primera plana de algún periódico de cobertura nacional nos ilustran sobre nuevos detalles del tinglado empresarial del señor duque de Palma. Tinglado empresarial que ha venido utilizando para  eso que en términos coloquiales llamamos forrarse. Ganar dineros a espuertas en el mundo de los negocios no es recriminable en si mismo, e incluso podría ser una muestra de bien hacer empresarial. El hecho de que don Iñaki haya obtenido sus beneficios con métodos poco ejemplares, como diría la Casa del padre de su señora esposa, alejan su figura del prototipo de empresario modelo y la sitúan en el centro de un patio de Monipodio, aunque con notable desventaja ética del señor duque frente a unos personajes cervantinos marcados por la miseria y la ignorancia. Pero, incluso si la justicia llegase a considerar delictivos sus manejos, nada en ese triste asunto tendría gran relevancia para un  país en el que muchos gobernantes, políticos, banqueros, empresarios, deportistas, sindicalistas y un largo etcétera de ciudadanos diverso, compiten por defraudar, estafar, y robar de todas las formas posibles sin el menor reparo ni sonrojo. Es el hecho de ser marido de la Infanta Cristina lo que ha dado a las actividades del señor Urdangarín sus tintes de gran escándalo merecedor de las primeras planas de diarios y revistas. Pertenecer a la familia del Rey tiene, como casi todo en la vida, una cara buena y una mala. La cara buena ha permitido a un señor de muy dudosa preparación intelectual gozar de un nivel económico y de una posición social a todas luces envidiables. La cara mala ha hecho que, una vez levantada la liebre de sus pifias mercantiles, los medios y la opinión pública lo hayan juzgado y condenado sin tener en cuenta la tantas veces invocada presunción de inocencia. La opinión pública, sorprendida y ofendida por la impudicia de sus acciones, lo ha juzgado de una forma implacable y ha emitido ya un veredicto de culpabilidad; veredicto que el señor duque ha propiciado con sus oscuros silencios. La suerte está echada  y, en prisión o en las playas de Cacún, don Ignacio Urdangarín será siempre para la mayor parte de los españoles un prototipo de sinvergüenza.
Pero son muchos los que, la vista de las dimensiones que ha ido adquiriendo el asunto, se preguntan por la implicación que haya podido tener la Infanta Cristina en los tejemanejes de su marido. Hasta ahora la mayor parte de los medios han optado por aceptar como dogma de fe la supuesta ignorancia de la hija del Rey en todo lo relativo a los negocios de su marido. Una ignorancia que no concuerda con el hecho de que el matrimonio comparta al cincuenta por ciento la propiedad de una de las empresas implicadas en las turbias manipulaciones del dinero público y con que la firma de doña Cristina aparezca en algunos documentos de relevante interés para la investigación de los hechos. Se está queriendo presentar a la Infanta como una persona en todo ajena a los asuntos económicos, como si en lugar de ser una mujer adulta doña Cristina estuviese todavía en su más tierna infancia, o como si fuese una "maruja" incapaz de entender de números. ¿O quizás pretendan algunos que la veamos como una mujer tan enamorada que encaja de lleno en la arcaica categoría de "hembra boba, sumisa y adorante que pasa por todo"?
Seamos sensatos, doña Cristina de Borbón y Grecia no es boba ni es inmadura, doña Cristina es una mujer adulta que tuvo una esmeradísima educación, una mujer adulta que trabaja en una entidad financiera, una mujer adulta que ha podido tener siempre a su disposición los mejores asesores financieros y fiscales del país.
No. Doña Cristina de Borbón no es una "tierna Infanta" y, al margen de sus responsabilidades legales, el sentido común debería indicarle que tiene que renunciar a los derechos de sucesión a la Corona  para ella y para sus hijos.  La necesidad es más que evidente; Ningún español quiere tener un "rey Urdangarín", bastantes inquietudes les producen los Borbones.

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