miércoles, 19 de octubre de 2011

De los nacionalismos y sus lealtades

Percibo que está aumentando de forma exponencial. el número de españoles a los que los problemas planteados por los nacionalistas vascos y catalanes aburren sobremanera. Fuimos muchos los que, de buena fe, creímos que los estatutos de autonomía colmarían las aspiraciones de los que con toda la razón reclamaban el reconocimiento de la "personalidad de sus pueblos". Supongo que entre esos ilusos estaban los "padres de la constitución"  y los partidos políticos que nos vendieron la fórmula autonómica como la panacea para los problemas históricos de España. Quizás ellos y nosotros creímos en aquel grito de "Libertad, amnistía y estatuto de autonomía".  Enorme error.  Durante treinta años se han cerrado los ojos ante los signos que revelaban claramente que nada se había resuelto con el nuevo ordenamiento constitucional  y que el apetito "nacionalista" no cesaba en su actividad destructora de todo lo que significaba unidad nacional. Se ha minimizado el significado del desprecio, cuando no agresión, hacia los símbolos identificadores de España. La bandera de todos los españoles ha brillado por su ausencia en los despachos de los presidentes de los gobiernos autónomos vasco y catalán desde el mismo momento de su constitución y esta ausencia en las sedes de las más altas magistraturas de las dos comunidades se ha visto trasladada a las de múltiples organismos regionales y municipales. No es bueno olvidar el innoble doble juego del señor Pujol y sus allegados. Doble juego que tuvo su  culminación con el deplorable espectáculo capitaneado por uno de sus hijos en la apertura de las olimpiadas de Barcelona.  Los "buenísimos demócratas" han competido por quitar hierro a la agresión a los símbolos nacionales. Investidos de su enorme  "espíritu  conciliador "  afirman: "Los símbolos no merecen que nos enfrentemos". Curiosamente, esos mismos conciliadores aceptan sin reparo el que los nacionalistas impongan los símbolos de sus comunidades, que a mi me merecen el máximo respeto,  sobre los de la nación como si en ello les fuese la existencia y sin respetar fuero alguno. Aquellos a los que las banderas y otros símbolos (como las selecciones deportivas) no le digan nada, deberían preguntarse por algunos otros problemas que los partidos nacionalista han planteado. ¿Es aceptable que el País Vasco, gracias a su concierto económico, no contribuya a la hacienda del estado? ¿Es aceptable que, aprovechándose de la debilidad y falta de sentido de estado del PP y del PSOE, vascos y catalanes hayan logrado forzar las transferencias de competencias estatales  mucho más allá de lo previsto por el ordenamiento constitucional? ¿Es aceptable que los estatutos de autonomía prevalezcan sobre  nuestra carta magna? ¿Es aceptable que, un día sí y otro también, el resto de los españoles tengamos que oir hablar a los nacionalistas de la "dificultad de Cataluña, o del País Vasco, para encontrar su lugar en España"? ¿Es aceptable que se esté intentando marginar, e incluso excluir,  el uso de la lengua de todos mediante la aplicación torticera de las políticas de inmersión en las lenguas propias de cada comunidad? ¿Es de recibo la falta de reciprocidad en las condiciones de intercambio de funcionarios y profesionales?
Yo creo que más vale pertenecer a una España más  pequeña que a una España continuamente cuestionada y humillada. Háganse los referendos necesarios para que todos los habitantes de  España puedan decidir y expresar libremente si desean seguir siendo españoles. Si los catalanes y los vascos, y aquellos otros que así lo sientan,  no quieren que sus tierras sigan formando parte de España, debemos facilitar el que se liberen  cuanto antes de " la opresión que padecen". Bienvenidas sean  las repúblicas independientes vascas y catalanas (quizás pasados algunos años puedan federarse con IKEA). O puede que  nos encontremos con los reinos de Vasconia y Cataluña, ya que siempre existe la posibilidad  de que a algún "president" o a algún "lehendakari" le guste ceñirse  una corona.

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