domingo, 9 de octubre de 2011

De la senescencia del senado.

Hoy he recibido un correo electrónico en el que me invitan a dejar vacío el sobre del Senado en las  elecciones del próximo 20 de noviembre. Esta iniciativa la presentan sus promotores como una forma de hacer visible el desacuerdo con la existencia de esa cámara. No hay que ser demasiado radical para sentirse obligado a dar la razón a los que proponen la medida.   Para aquellos a los que la palabra senador lleva a sus mentes la figura de un prócer cargado de saber y de años, una visita al palacio de la plaza de la Marina Española podría ser tan dura como un brusco despertar en una madrugada de enero. Los dos centenares largos de políticos de todos los pelajes, que gracias a uno de los muchos dislates incluidos en la constitución se reparten los jugosos escaños de tan insustancial casa, pueden ser paradigma de muchas cosas, pero los colores del saber y  la madurez no forman parte de sus divisas.  Carente de verdadera capacidad legislativa y con irrelevantes posibilidades de control del gobierno, el Senado, al que sin el menor recato todos los españoles califican de inútil, se convirtió desde los albores de su existencia  en un excelente refugio de políticos incapaces, quemados o defenestrados, un lugar donde los partidos políticos aparcan a sus miembros inútiles para la lucha diaria pero con los que se sienten en deuda, o a los que se teme ofender.
 Nuestros políticos llevan décadas hablando de la necesidad de reformar la constitución para dar a la cámara alta la capacidad real de servir como cámara territorial. Los ciudadanos, a los que las cuestiones "territoriales" suelen poner los pelos de punta, han ido derivando hacia la creencia de que la reforma constitucional debe servir para  la supresión de una institución tan  inútil como gravosa. El desapego que siente la población  hacia el Senado  por su irrelevancia, se acrecienta por la indignación que piscinas, gimnasios, traductores, y otros muchos costosos caprichos de los senescentes senadores producen entre los que, día tras día, se tienen que apretar el cinturón para llegar a fin de mes. Bien harían los partidos en buscar pesebres menos caros y lujosos para sus desechos de tienta, si los señores senadores son incapaces de ganarse la vida con el sudor de su frente se puede encargar a los sindicatos que les organicen unos cursos de formación profesional sin demasiadas pretensiones y  adecuados a su nivel intelectual.

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