lunes, 24 de octubre de 2011

La primavera y la sharia

La llamada  "primavera árabe" está siendo interpretada por muchos  como el inicio del camino hacia la democracia en los países musulmanes. Los que así piensan olvidan que el islam es el sometimiento a la voluntad de Dios, que musulmanes son los que se someten a esa voluntad y que la "sharia al islamiya" es el compendio de normas de comportamientos que permiten a  los fieles alcanzar la  perfección. Dicho así  todo ello suena muy bien, pero ese camino hacia Dios, esa sharia, está colmado de preceptos  que, sin tener la consideración de dogma por no estar incluidos en la revelación,  están en el espíritu de los cuerpos legislativos de la mayor parte de los países musulmanes, y en algunos de ellos la sahria se aplica sin ningún tipo de maquillaje, al pie de la letra. Es necesario que todos seamos conscientes que de que la transgresión de algunas de las normas de la sharia al islamiya tiene la condición de "hadd", de crimen, y como tales crímenes se pueden castigar, y se castigan en muchos países musulmanes, con increible crueldad y dureza: lapidaciones, amputaciones, flagelaciones, penas de prisión severas, otras formas de  pena capital, son los castigos que jalonan las sentencias de los tribunales islámicos. Entre esos crímenes tan terriblemente penados se encuentran, además del asesinato y el robo, el adulterio y , ¡atención!, la desobediencia de la mujer a los varones encargados de su tutoría. Hadd es también la apostasía y hadd es el proselitismo de cualquier otra religión.
A las sociedades cristianas modernas, a las sociedades occidentales, les ha costado cinco siglos de lucha separar el estado y la religión, dotarse de leyes de inspiración laica, alcanzar la tolerancia religiosa, la igualdad entre sexos  y otros muchos logros que permiten la convivencia pacífica de gentes diversas. Las sociedades musulmanas emprendieron el camino hacia el laicismo hace más de  setenta años pero, para su desgracia y la nuestra, en los últimos treinta  el integrismo y el fundamentalismo  han puesto el freno  al cambio y, con actitudes más o menos radicales, están invirtiendo el sentido de esa evolución.
El lento pero continuo deslizamiento de Turquía hacía el islamismo, alejándose del espíritu laico que impregnaba la república fundada por Ataturk, no puede pasar desapercibido para nadie que quiera ver lo que ocurre en nuestro mundo. En las calles de nuestro vecino Marruecos se puede observar como las mujeres están volviendo a utilizar atuendos que habían ido cayendo en desuso desde los tiempos de Mohamed V, un signo externo que puede parecer sin importancia pero que revela la vuelta a la "tradición". En el Egipto que intenta buscar su camino tras el derrocamiento del régimen de Mubarak, el acoso creciente a los cristianos coptos y la marcha atrás en las libertades de las mujeres no presagian un porvenir de maravillosas libertades. Ayer mismo, los tunecinos celebraron sus primeras elecciones libres y, tal como se esperaba, el vencedor ha sido un partido "islamista moderado". Los dirigentes de la insurrección libia no han dudado en  aprovechar las celebraciones del fin de la guerra para dar el "aviso a los navegantes" de que todas las leyes contrarias a la sharia, "incluyendo las que se oponen a la poligamia", serán derogadas. Las increíbles leyes de la Arabia Saudí, que convierten a las mujeres y los extranjeros en seres de segunda clase, significan lo que significan por mucho que los petrodólares las pretendan cubrir con la blanca túnica de las "diferencias culturales aceptadas por todos". Y mejor no seguir.
Me temo que el mundo islámico está caminando por unos derroteros que lo llevan a posiciones  cada vez más lejanas a Europa  e incompatibles con la cultura occidental. Mis queridos amigos:  ¡La democracia no forma parte de la sharia al islamiya!

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