miércoles, 9 de noviembre de 2011

Urdangarín. Las miserias del señor duque.

La monarquía española es una institución que, pese a su larga tradición, no se sustenta en grandes fervores ciudadanos. Son muchos los españoles  que, a lo largo de los últimos doscientos años, la han cuestionado y la cuestionan. Esa falta de arraigo popular tiene mucho que ver con la falta de inteligencia y méritos que desde Carlos III a nuestros días ha mostrado nuestros Borbones; reyes e infantes que con frecuencia han confundido la campechanía con el compadreo y los privilegios propios de la corona con  la licencia para  emprender negocios más o menos vidriosos. Don Juan Carlos I, apoyado en las circunstancias de su reinado y en un comportamiento prudente, ha sabido acallar las reivindicaciones republicanas que están en el espíritu de muchos ciudadanos y de muchos de los partidos políticos con representación en las Cortes Generales. Sería triste que esta "legitimación monárquica" lograda por el Rey la puedan dilapidar príncipes y princesas, infantas y consortes de pelajes diversos, con comportamientos irresponsables. El Príncipe y las Infantas  han de saber que son deudores vitalicios del pueblo español al que deben vidas y haciendas, como diría un clásico. La mera sospecha de que un miembro de la Casa Real esté implicado en asuntos sucios debería bastar para que fuese inmediatamente privado de todos sus títulos y privilegios y para que se le prohibiese la entrada en todas y cada una de las residencias asignadas a la Casa Real  por el Patrimonio Nacional. La indignidad no es compatible con la "Realeza".

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