lunes, 14 de noviembre de 2011

Vamos a contar mentiras

En todas las sociedades consideradas democráticas existe un acuerdo tácito entre gobernantes y gobernados para tolerar la mentira. Ese acuerdo se hace especialmente evidente en unas campañas electorales en las que mentir sin límites  y sin pudor se eleva a la enésima potencia, se subvenciona y se premia. Cierto es que esas mentiras solamente suponen un engaño para aquella fracción de los ciudadano en los que la incultura y la candidez se conjugan a partes iguales,  y que para el resto de la población la mentira y las falsas promesas se aceptan como ofrendas que el honor y la verdad deben  sacrificar en el altar del juego partidista y de lo políticamente correcto, o de lo electoralmente conveniente. Aquellos a los que la ideología que han asumido no les deja tener ideas propias  suelen tener como dogma el "todo vale para ganar", y los que conservan un mínimo de independencia ética saben que la verdad y la honradez no suelen ser atractivas para la mayoría y en lugar de favorecer el triunfo lo comprometen.
A ningún español que disponga de un mínimo de información y  capacidad de análisis se le escapa la certeza incontrovertible de que nos esperan tiempos muy difíciles. Los problemas financieros y estructurales de nuestra economía todavía no han terminado de dar la cara, aunque ya llevamos varios años inmersos en la crisis; pese a ello, poco hemos avanzado en el camino de la corrección de la desastrosa situación de nuestra deuda, pública y privada, y menos aún en la de esa monstruosidad social que supone el desempleo. El relanzamiento de la economía va a exigir sacrificios que, nos guste o no, van a afectar a la sanidad, a la enseñanza, a las pensiones y a los salarios públicos,  por citar solamente algunos de elementos del "estado del bienestar" que, de forma demagógica, todos los contendientes en las elecciones califican como intocables y utilizan como banderas de sus programas. Es tragicómico ver a los señores del PSOE, del PP, y del resto de los partidos en contienda, jurando y perjurando que nunca  recortarán los "gastos sociales" ni permitirán que otros los recorten. Los sindicatos, que bien poco han contribuido a la solución de los problemas, se declaran opuestos a cualquier recorte en los "derechos de los trabajadores" y a cualquier retroceso de los "logros sociales". Los empresarios, para no ser menos, juran odio eterno a quien se atreva a subir los impuestos que les afectan  o a corregir el descontrol fiscal del que tan lindamente se benefician. Partidos, sindicatos, patronales, oenegés, iglesias diversas, todos defienden con uñas y dientes sus subvenciones y prebendas. Mientras tanto los candidatos, a la captura del votante, mienten sin rubor para molestar lo menos posible a sus parroquias y no arriesgar ni un solo voto. Ante semejante panorama, a los que no formamos parte de ninguna facción, grupo o grupúsculo, solamente nos queda sonreír con tristeza viendo y oyendo todo lo que, para vergüenza propia y ajena, no nos queda más remedio que ver y oír hasta el próximo día veinte.. En fin. ¡Qué le vamos a hacer! Después de las elecciones ¡ya veremos dónde quedan tantas promesas!

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