jueves, 4 de agosto de 2011

Banderas y banderías.

España es un reino de banderas en el que con demasiada frecuencia se producen indeseables "guerras" de esos respetables símbolos. Como en la mayor parte de las naciones civilizadas, cada español tiene la posibilidad de cobijarse bajo un buen número de enseñas distintas. Un sevillano puede hacer ondear los domingos por la tarde la banderas del Sevilla C.F., en algunas ocasiones puede poner en la ventana de su casa el "NOmadejaDO" de la ciudad, puede sentirse identificado con la bandera blanca y verde de Andalucía, puede lucir con orgullo la bandera nacional en su coche y también puede sentirse satisfecho por tener el privilegio de acogerse bajo la bandera estrellada de Europa. Todas ellas son enseñas que identifican diferentes grupos de seres humanos; seres humanos que se suelen sentir representados por ellas y, de un modo u otro, las respetan y exigen que los demás las respeten. Las banderas, que nacieron para la guerra, pueden enarbolarse para fomentar la unidad del grupo, estableciéndose como vínculo visible entre sus componentes, pero también pueden usarse como forma de agredir y excluir del grupo a una parte de sus miembros.

Cuando, en partidos de la liga o de la copa, un aficionado del Real Madrid lleva al estadio la bandera nacional para oponerla a las que porten los hinchas del Barcelona, del Bilbao o del Sevilla está dando un mal uso al símbolo y ofendiendo a todos los españoles que quieren que esa bandera nos identifique a todos. Al hincha madrileño le debía bastar la bandera de su club para distinguirse de los aficionados del Barsa o de la Real Sociedad y si estos, además de los colores de sus clubs, llevasen las banderas de sus comunidades, el hincha madrileño podría como mucho enarbolar la bandera, roja estrellada, de Madrid. Lo más razonable sería que en estos encuentros deportivos entre clubs no se luciesen los signos de la nación ni los de las comunidades, sobre todo porque esos signos son muchas veces extraños a la mayor parte de los jugadores de unos clubs que se nutren de españoles de todas las regiones y de extranjeros de múltiples procedencias.

Se ha abierto una polémica acerca de una moda aparecida en nuestro circo nacional: Hay deportistas que celebran las victorias de las selecciones nacionales en la que militan luciendo las banderas de sus comunidades en lugar de la nacional. En algunas ocasiones se trata de deportistas que no se sienten españoles y que lucen la bandera de su "nación" como protesta o reivindicación, en otras los jugadores en cuestión son simples papanatas regionalistas que sufren de carencia de conciencia nacional, mal cada día más frecuente que suele ir ligado al poco sentido común. Tanto los separatistas como los papanatas deberían tener en cuenta que las selecciones nacionales se costean con los dineros de todos y que es poco honrado utilizar los impuestos de los españoles para ganar prestigio y dinero, a veces mucho dinero, y luego ofenderlos despreciando sus símbolos. Aquellos que no se sienten españoles deben luchar por la independencia de sus naciones pero, mientras las independencias llegan, deben abstenerse de formar parte de las selecciones del país que tanto odian y desprecian. Esa es la única actitud digna que pueden adoptar, aunque les cueste dinero y prestigio deportivo. Los papanatas regionalistas sin conciencia nacional deben aplicarse el mismo jarabey elegir entre dos opciones: pueden quedar bien con los del barrio o pueden jugar en la selección. Todavía menos aceptables son los casos en los que las banderas regionales, o autonómicas si preferimos llamarlas así, las utilizan para celebrar sus triunfos unos deportistas, de disciplinas más o menos individuales, a los que se les costean sus expediciones y sus entrenamientos con dinero público. Quizás en este último caso los verdaderos papanatas somos los españoles que costeamos con nuestros impuestos las agresiones y desprecios de esos sublimes patriotas. Patriotas a los que se puede recriminar el que acepten nuestro dinero, pero  que hacen bien en cogerlo, ya que no se les pide a cambio que vistan la camiseta roja ni que acepten ninguna otra “obligación humillante”. Si estuviese en sus pellejos yo también cogería las perras. Hace mucho tiempo que dejé de ver en los grandes deportistas héroes y paradigmas para la juventud. Los chanchullos en los impuestos, las residencias en paraísos fiscales, y esas  otras mil formas con las que se esmeran nuestros deportistas de élite para agradecernos los aplausos y los dineros que les dedicamos,  me fueron volviendo cada vez más escéptico en lo que se refiere a aquello de: “el cultivo del cuerpo engrandece el espíritu”.


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